(...) Cada nao llevaba un condestable y dos lombarderos y la carabela Santiago llevaba dos lombarderos, en su mayoría extranjeros, inglés, alemanes, franceses, de Lorena, de Bruselas y de Brujas (..)
“En 1521, en Venecia, el Consejo de los Diez proclamó que “nadie puede poner en duda que uno de los principales factores de la protección de los territorios y de los ejércitos es la artillería”.
(citado por Hale, página 57, en Hale, J. R.: Guerra y Sociedad en la Europa del Renacimiento: 1450-1620. Ministerio de Defensa. Madrid, 1990.
La cita muestra la importancia que había adquirido la artillería desde su primera utilización a principios del siglo XIV y que en doscientos años había contribuido a una de las mayores revoluciones militares y sociales en Europa, al inducir profundos cambios sociales y políticos, reforzando el poder real frente a la nobleza, lo que contribuyó a la aparición de las naciones estado modernas; modificó la estructura de ejércitos y armadas, y fue clave en la lucha por la hegemonía en Europa y en la expansión mundial europea; modificó el diseño de fortalezas y ciudades para enfrentarse a su acción, contribuyó al avance de las técnicas metalúrgicas para su fabricación y la mejora de su seguridad, y para el aumento de alcance, precisión, cadencia de tiro y movilidad.
Tuvo un efecto psicológico al transformar la mentalidad de los combatientes, que pronto no pudieron imaginar una batalla sin preparación artillera, rehusando atacar si faltaba mientras que su empleo proporcionaba un sentimiento de superioridad; y provocaba terror el ruido de las explosiones y de los disparos en poblaciones que no conocían sus efectos (aztecas, incas, …).
Aumentó los costes de la guerra por el precio de las piezas y el número de medios que se necesitaban para su empleo: animales de tiro, carros para arrastrarlas, conductores, exploradores, herreros, carpinteros y canteros para fabricar balas de piedra si faltaban las de hierro.
Se empleó por primera vez en los sitios de Alicante y Orihuela en 1331 y de Tarifa en 1340 por tropas del reino de Granada y durante el siglo XIV y hasta la segunda mitad del XV, las lombardas o bombardas, de hierro forjado, fueron las piezas dominantes; de tiro tenso y alcance eficaz 400 m; compuestas de dos partes, una anterior, caña, que daba al proyectil la dirección y el alcance, y otra posterior de menor longitud y diámetro, recámara, donde se colocaba el proyectil esférico o bala, que se roscaba a la caña y se ataba al montaje y a la propia caña con cuerdas durante el disparo.
Su falta de movilidad dificultaba su empleo y, a principios del siglo XV, se fabricaron piezas de menor calibre y peso para aumentar la movilidad y con gran longitud de caña para obtener mayor alcance, que se podían emplear en sitios, batallas y buques. Hacia 1450, dos innovaciones facilitaron su maniobrabilidad, puntería y movilidad: los muñones y los montajes con ruedas. Estas piezas de menor calibre fueron las cerbatanas, los ribadoquines y medios ribadoquines, los pasavolantes y los esmeriles.
A finales del siglo XV el bronce comenzó a sustituir al hierro en la fabricación de piezas porque permitía obtener un espesor uniforme en la pieza, tenía mayor resistencia a la explosión y era más ligero. Las culebrinas fueron las piezas de bronce características del siglo XVI, de calibre reducido y gran longitud de tubo; hubo una variedad de tipos: culebrina, disparaba balas de 16 a 30 libras (7,5 a 14 Kgs.) y de 25 a 35 calibres de longitud; media culebrina, balas de 7 a 12 libras y de 35 a 40 calibres de longitud; y sacre o cuarto de culebrina, de 5 a 8 libras y longitud de 27 a 41 calibres. El alcance máximo era 4.500 m, y el eficaz, 400 m.
Al no ser las culebrinas eficaces para batir muros por su menor calibre, en el primer cuarto del siglo XVI apareció el cañón, que sustituyó a las bombardas, más corto, menos pesado y con menor alcance que las culebrinas, de bronce fundido, ánima lisa y avantcarga; disparaba balas de 24 a 56 libras. La familia de los cañones contaba con piezas de mayor calibre (basiliscos y serpentinas) y de menor calibre (medio cañón, tercio de cañón, tercerol o berraco; cuarto de cañón y octavo de cañón). Su alcance eficaz era 300 m.
En España, la artillería de sitio alcanzó gran importancia en la guerra de Granada, basada en la defensa en profundidad con numerosas plazas fuertes, como muestra el aumento de bombardas de los Reyes Católicos de 4 en 1479 a más de 200 en el sitio de Granada, en 1491. Este elevado número de piezas exigía grandes medios de transporte para transportarlas y mucho personal para allanar caminos y superar obstáculos. Tras la guerra, los Reyes Católicos se decantaron por una artillería ligera y móvil, a ejemplo de la francesa, y por armas de fuego portátil, arcabuces.
Las guerras por la hegemonía en Europa de los dos últimos decenios del siglo XV y los tres primeros del XVI pusieron de manifiesto la importancia de la artillería y la necesidad de integrarla adecuadamente en los ejércitos, como hizo el Gran Capitán en Nápoles, los que no lo hicieron o lo olvidaron fueron derrotados.
Carlos VIII de Francia invadió con un ejército con un gran parque de artillería ligera móvil, sorprendiendo a los italianos y con su artillería derrotó al Gran Capitán en Seminara en 1495, derrota que le condujo a remodelar sus tropas aumentando la potencia de fuego, determinante en la victoria final. En la segunda guerra de Italia, 1500-1504, y en las campañas en Grecia contra los turcos, la artillería fue clave y el empleo conjunto por el Gran Capitán de infantería, picas y artillería, sentó las bases de la revolución militar en los ejércitos europeos, que se perfeccionó en las guerras en el norte de Italia de 1508 a 1516.
Franceses e imperiales, mercenarios suizos y lansquenetes alemanes, atacaban con cuadros profundos de infanteria equipada con picas de gran longitud, que fueron derrotados cuando no estaban apoyados por artillería móvil, que la seguía e intervenía en el combate desordenando y rompiendo las filas y cuadros atacantes; pero cuando la primera salva no producía los resultados esperados y la infantería atacante seguía ordenada, la intervención de la artillería era casi inútil. En Rávena, 1512, ambos contendientes (franceses y sus aliados italianos contra españoles y aliados italianos y alemanes) desplegaron en línea sus piezas, entablando un duelo artillero. La artillería francesa y la de su aliado Ferrara maniobraron para realizar fuego de enfilada venciendo el combate.
En Marignano (1515), la infantería suiza, sin protección artillera, atacó a las tropas francesas protegidas, que contaban con 374 bocas de fuego, que aniquilaron a los suizos en dos días de combate. Y en Bicoca, 1522, entre tropas de Francisco I y de Carlos I, la artillería del Emperador protegió el despliegue y, apoyada por el fuego de los arcabuceros, causó más de 3.000 muertos a los suizos, que no habían esperado el apoyo de la artillería francesa. Fue la primera batalla en la que la mayoría de los muertos fueron causados por la artillería.
La variedad de piezas impedía que las balas de unas pudiesen ser utilizadas por otras del mismo tipo y calibre, lo que suponía un grave problema logístico que se trató de normalizar; el emperador Maximiliano redujo los tipos de piezas a ocho y Carlos I comenzó en Bruselas, en 1521, experiencias para reducir el número de calibres y homogeneizar piezas y municiones, que finalmente en 1540 se fijaron en ocho modelos.
Desde 1515 las piezas disparaban balas de hierro y los falconetes también balas de piedra y se empleaban de metralla, utilizados por primera vez por Pedro Navarro en Marignano, y balas envueltas en estopa que se incendiaban y iluminaban el campo de batalla, las bolas de fuego. Contra buques se disparaban balas especiales, encadenadas, que destruían la arboladura y el velamen.
La cadencia de fuego podía llegar a 5 a 6 disparos por hora; refrescando las piezas con agua frecuentemente podían realizar al día 80 o 90 disparos; las piezas menudas, hasta 150 disparos.
Las piezas de hierro forjado utilizadas a comienzos del siglo XVI eran:
Gruesas:
Menudas:
De tiro curvo:
2 Artillería naval
Desde el siglo XIV los navíos llevaban cañones de hierro, como los españoles utilizados en la batalla de La Rochela, 1372, venciendo a la flota inglesa. El empleo de la artillería en la mar presenta características propias respecto al terrestre, por la plataforma donde se monta, el buque, y el espacio donde maniobra, la mar, que, a su vez, condiciona por sus características (mar cerrado como el Mediterráneo o abierto como el Atlántico) los tipos de buques y la disposición y número de piezas que montaban.
Durante el siglo XV y gran parte del XVI, la frontera entre artillería naval y de tierra es difusa, pero en el XVI dos innovaciones comenzaron a diferenciarlas: la cureña naval y, hacia 1500, la porta, tapa en las bandas de los buques, que permitía que las piezas estuviesen a cubierto y que se alzaban para disparar. Posteriormente surgió el concepto de buque como plataforma artillera y de combate, cuyo diseño se vería afectado por la disposición de las piezas.
Colón en su primer viaje a América, llevó dos bombardas y seis falconetes por nave y un número mayor en el segundo y en el cuarto. No obstante, la artillería en América fue escasa, tenía poca movilidad y su empleo, al principio, tuvo importantes efectos psicológicos y disuasorios. Hernán Cortés llevó tiros y falconetes, utilizando mil nativos para su transporte.
2.1 - Táctica naval
La movilidad del buque le permite orientarse en la dirección más adecuada para que sus armas provoquen la mayor destrucción al enemigo. Durante siglos la forma esencial de combatir en la mar no sufrió grandes variaciones porque el corto alcance de las armas obligaba al acercamiento, al abordaje, acto resolutivo.
En los siglos XV y XVI, la acción marítima española se desarrolló en dos escenarios, Mediterráneo y Atlántico, y los buques empleados en ellos tenían características distintas, galeras a remo en el primero y naos a vela en el segundo, y diferentes formas de combatir. La galera estaba preparada para el combate, era ligera y maniobrera. En el Atlántico no había diferencias iniciales entre buques de guerra y mercantes y su artillado dependía de sus misiones.
Las galeras abordaban de proa el costado de las galeras enemigas, tras la fase de aproximación en la que la artillería disparaba a corta distancia antes del abordaje, e impactaban con el espolón, para la fase decisiva, el abordaje, destruyendo el palamento (el conjunto de remos), quebrantando el casco y desorganizando la defensa con el choque y el abordaje.
La nave propulsada a vela exclusivamente incluía varios tipos de buques, naos, carracas, galeones, galeoncetes, filibotes, urcas y, más tarde, fragatas. Su potencial militar residía en su capacidad artillera, aunque durante el siglo XVI siguiese siendo el abordaje la fase decisiva del combate.
El empleo de la artillería influyó en la disposición de los buques para el combate, para evitar presentar al enemigo los sectores muertos de los buques y aprovechar sus sectores ofensivos. En las galeras las piezas de mayor calibre se instalaban en la proa, por donde se atacaba; por el contrario su máximo sector muerto era el de popa y por ello la entrada de caza, de proa, en el combate era la más favorable para el atacante ya que la atacada solo podía oponer un par de falconetes o esmeriles, como máximo, al sector de máxima capacidad de fuego de la atacante. Por ello, las formaciones de combate de las galeras tenían como base la línea de frente.
En los buques a vela, los sectores con mayor potencia eran los costados y los sectores muertos estaban a proa y popa por ser menor el número de piezas instalado en ellos. A comienzos del siglo XVI la artillería se emplazaba en el castillo y la toldilla, orientada hacia las bandas, pero más tarde se distribuyó en las cubiertas: la de mayor calibre en las bajas, disparando al casco para abrir vías de agua y provocar el hundimiento del enemigo, y en las altas la de menor calibre, que disparaba sobre los palos y aparejo para desmantelar al buque dejándolo sin gobierno. Con esta disposición la maniobra para presentar el sector de máxima capacidad de fuego era situarse a barlovento del enemigo para poder adoptar un rumbo que permitiese cortar la proa al buque o formación enemiga y atacar por su sector de mínima capacidad de fuego. La defensa del buque atacado se basaba en maniobrar para hacer perder el barlovento al enemigo y presentarle una banda, su sector de máxima capacidad de fuego. Por ello, la formación de combate de los buques de vela era la línea de fila.
2.2. Artillería naval
La artillería naval empleó los mismos tipos que en tierra: bombardas, falconetes, pedreros, etc., hasta el siglo XVI, cuando apareció el cañón naval claramente diferenciado del usado en tierra, sobre todo por el montaje de las cureñas. En la época de la circunnavegación se utilizaban aún piezas de hierro forjado y comienzan a aparecer las de fundición, de bronce y de hierro.
Las galeras, como indica Pedro Fondevila, iban armadas con dos tipos de piezas, uno para destruir casco, aparejos y árboles de las embarcaciones enemigas, “artillería antibuque”, y otro para batir a la dotación, “antipersonal”. Las piezas antibuque, cinco, se situaban en la proa de la galera, siendo la principal el cañón de crujía, de gran calibre y proyectiles de hierro de 20 a 30 libras. En las bandas, a sus lados, dos piezas tipo falconete o culebrina, de menor calibre y mayor alcance, empleadas en la persecución o caza de las galeras enemigas. La lentitud de la carga y el peligro de explosión no permitían hacer fuego más de una vez durante la fase de aproximación.
Las armas antipersonal eran piezas menores, culebrinas, esmeriles y falconetes, y pedreros, colocando unos en la proa para atacar a las dotaciones en el momento del abordaje y otros en popa, uno a cada banda y dos o más en cada costado para impedir los intentos de abordaje en los sectores muertos de la galera. Los esmeriles se empleaban para disparar a blancos selectos y los bolaños de piedra caliza de los pedreros actuaban como granadas de fragmentación y metralla.
En las naos, las piezas de mayor alcance se instalaban a proa y en las bandas las de mayor potencia, hasta 60 piezas. Y otras piezas en popa, tres por banda, y en proa, cuatro por banda. Las de retrocarga, bombardas y falconetes, que tenían recámara y caña, debían situarse sobre cubierta para que no afectase el humo a los sirvientes y las de fundición en las inferiores.
Un condestable (maestro artillero) se ocupaba de que los cañones tuvieran suficiente munición y avíos e indicaba su posición; asignaba a cada artillero (lombardero) las piezas que debía mantener; en combate dirigía la acción de los artilleros, vigilando que cada tres disparos se refrescaran las piezas con vinagre. Los lombarderos etiquetaban las piezas y disponían las balas y los juegos de armas para evitar errores. Cada artillero tenía a su cargo entre tres y diez piezas y le asistían pajes, grumetes, soldados y marineros.
El número de piezas y el de sus sirvientes dependía del tonelaje de la nao. Las piezas que montaban eran las mismas que las empleadas en tierra:
Las naos y la carabela de la expedición de Magallanes llevaban un elevado número de piezas: 62 versos de hierro, 10 falcones de hierro y 10 lombardas de hierro y se les dotó además de 58 versos, 7 falcones, 3 lombardas gruesas y 3 pasamuros (culebrinas extraordinarias de 40 calibres de longitud) que disparan balas de 6 libras.
Cada nao llevaba un condestable y dos lombarderos y la carabela Santiago llevaba dos lombarderos, en su mayoría extranjeros, inglés, alemanes, franceses, de Lorena, de Bruselas y de Brujas.
Una de las preocupaciones del emperador Carlos fue que la flota no se dispersase y mantuviese la disciplina de navegación y dispuso detalladamente en las capitulaciones con Magallanes los disparos que debían realizarse con las piezas para comunicarse y anotar diariamente la posición de naos, identificarse y evitar intrusos en la formación, virar, informar problemas,