... Pero, inició una vida aventurera, cuando contaba 16 años, debido a que, durante una incursión de los irlandeses, fue hecho prisionero y vendido como esclavo. Lo compró un hacendado que le dedicó a la solitaria vida de pastor. Patricio consideró entonces que su situación era un castigo de sus pecados y un día tuvo una moción interior del Espíritu Santo y se convirtió.
Una noche después de un día de ferviente oración, soñó que volvía a casa de sus padres. Se tomó muy en serio aquel sueño y huyó. Consiguió embarcar, y tras seis años de cautiverio, regresó a casa de sus padres, en su Britania natal -la Britania romana (la actual Inglaterra)-, donde ayudado por sus padres, buenos cristianos (su padre, decurión, fue ordenado diácono los últimos años de su vida), continuó con su vida ejemplar. Sin embargo, una nueva moción, una nueva voz interior, le convenció que debía volver a Irlanda y evangelizarla.
Decidió entonces ordenarse sacerdote, a pesar de la decidida oposición de gran parte de su familia y amigos. Durante su preparación, mostró que no sólo era un alumno mediocre sino casi torpe, pero era tal su espiritualidad y fervor que fue ordenado sacerdote.
No obstante, sus superiores se opusieron a que Patricio marchara a Irlanda. Se desconocen las circunstancias por las que Patricio, nombrado ya Obispo llegó a Irlanda (los Anales irlandeses sitúan a Patricio en Irlanda en el año 402 y su muerte en el año 461, si bien ambas fechas son discutibles).
Ya en la primera mitad del siglo V, existían en Irlanda algunos grupos cristianos. De hecho, el año 431, el papa Celestino l ordenó obispo para este país a Palladio. Al morir Palladio al cabo de sólo un año, Patricio le sucedió en su misión el año 432.
Inmediatamente, sin descanso, Patricio, comenzó a recorrer toda la Isla evangelizando. No hubo territorio, por difícil y desconocido que fuera, al que no llegara la predicación de Patricio. Naturalmente, hubo de tropezar con los druidas, algunas de cuyas prácticas, invocaciones, curaciones y ritos se consideraban en aquél entonces como magia negra o sencillamente diabólica. Así, fue apresado con sus acompañantes y cuando al cabo de unos días, en lo que los mantuvieron presos, los sacaron para matarlos, unos nativos, conversos por Patricio, los salvaron de la muerte.
Patricio creó a todo lo largo y ancho de Irlanda comunidades cristianas y son incontables sus bautizos y confirmaciones. También fundó el monaquismo, llegado hacía poco a Occidente, y obtuvo numerosas vocaciones, no sólo de varones, sino también de mujeres, pese a la oposición generalizada de sus padres y tutores. Ordenó, así mismo, a numerosos diáconos y sacerdotes. Con razón, a Patricio, se le ha llamado el padre espiritual de Irlanda, su apóstol, su patrono.
Patricio padeció, igualmente, contradicciones por parte de los “buenos”. En efecto, una parte del clero le criticó duramente porque, después de que ellos habían financiado casi todas las actividades de Patricio, éste se negaba a aceptar limosnas y devolvía cualquier regalo que le hacían. Sin embargo, curiosamente, de su propio peculio, no dudaba en sobornar a las autoridades de los pequeños reinos en los que entonces estaba dividida Irlanda, porque comprendió que era la única forma en la que podría predicar libremente el Evangelio.
Queda añadir, entre otras muchas cosas, la razón de la representación de san Patricio, no sólo con el trébol, con el que exponía el misterio de la Santísima Trinidad, sino pisando una serpiente. Según la leyenda, cuando Patricio llegaba a predicar a un territorio, huían todas las serpientes venenosas.
De los diversos hagiógrafos de san Patricio, los tres que, para mí, describen con mayor acierto su personalidad, son: Ludwig Bieler, José Luis Repetto y Carlos Pujol. A continuación reproduzco algunas líneas de estos tres autores, expresándoles mi reconocimiento y gratitud.
“Patricio era un hombre profundamente religioso, obediente a la voluntad de Dios tal como él la entendía, inspirado por su celo evangélico; un hombre de acción, dotado de voluntad tenaz y gran inteligencia práctica. Al mismo tiempo, era consciente de sus limitaciones, pero tanto más insistía por ello en la obra de la gracia de Dios en su vida. En numerosas ocasiones la mano de Dios que le guiaba tomaba la forma de una “voz interior” y algunas de estas experiencias tienen las características de la oración mística… No era una mente especulativa y parece haber leído poco -si es que leyó algo aparte de la Biblia-. En la Sagrada Escritura, sin embargo, estaba muy versado; frecuentemente cita de ella; muy a menudo emplea frases bíblicas, incluso cuando cuenta su propia historia. Su latín es una original mezcla de elementos bíblicos, de oraciones y de lenguaje de uso corriente. Patricio no es un escritor de gran distinción, pero su sinceridad coloca a los dos únicos documentos personales que nos dejó muy por encima de la mayoría de la literatura de su época.” (Ludwig Bieler, SAN PATRICIO, APÓSTOL DE IRLANDA, GER, 1974, p. 62).
“No era a una persona de mucha ciencia, ni de oratoria cultivada, pero sus dotes de comunicador y su fuerza espiritual atrajeron a la isla de Irlanda al cristianismo, y creó él así una nación cristiana que con toda la razón del mundo ha sido llamada la Isla de los Santos, por la multitud de ellos que en los siglos siguientes florecieron. A esta isla le llegaría la gran tribulación de la persecución anticatólica de la corona inglesa en cuyas manos había caído, y que no dejó mover piedra para hacer que Irlanda se pasara al protestantismo. Pero el pueblo en masa, con sus gloriosos mártires a la cabeza, resistió y dio un indómito testimonio de fe, teniendo siempre a San Patricio a la vista como mentor y padre de una Irlanda católica… Los muchos irlandeses emigrados a Estados Unidos llevaron consigo su fe y establecieron una comunidad católica de gran raigambre, que naturalmente a la catedral del arzobispado de Nueva York le dio el nombre de San Patricio y es hoy un Iglesia famosa en el mundo.
Patricio finalmente fue un místico, un hombre con una continua experiencia de Dios, con una altísima vida espiritual y en esa interioridad profunda hay que buscar el secreto de su increíble éxito.” (José Luis Repetto, NUEVO AÑO CRISTIANO – colección dirigida por José A. Martínez Puche- Ed. EDIBESA, 2001, p. 178).
“Así como en España Santiago es un apóstol belicoso, en Irlanda San Patricio es un misionero que tiene poder en el ultramundo, triunfador sobre las artes mágicas de los druidas, y se supone que volverá el día del Juicio Final para juzgar al lado de Jesucristo a los irlandeses. Se le invoca también para abreviar las penas del Purgatorio, y leyendas posteriores explotaron literariamente ese aspecto misterioso y poético tan del gusto de la tradición celta. Su fiesta, que anuncia la inminente llegada de la primavera, es el día del trébol, emblema de la verde Erín, que el santo utilizaba para explicar el misterio de la Santísima Trinidad. Patricio, tan irlandés y tan romano por su nombre, es como la Iglesia de Irlanda, inconfundible, peculiarísima y siempre fiel a Roma. (Carlos Pujol, LA CASA DE LOS SANTOS, Ediciones RIALP, segunda edición, 1991, p. 103).
Resulta evidente la coincidencia de estos tres textos en lo esencial, pero los matices que añaden cada uno de sus autores contribuyen a describir más acabadamente la personalidad de Patricio, lo que fue, su fe, su espiritualidad, las características de su predicación, etcétera. Igualmente coinciden en que la eficacia apostólica depende de la acción del Espíritu Santo, de la unión del predicador con Dios, si bien el Espíritu puede utilizar como instrumento para la conversión la palabra del evangelizador. De hecho, en la oración colecta de su misa, el 17 de Marzo, se lee: “Oh Dios, que elegiste a tu obispo san Patricio para que anunciara tu gloria a los pueblos de Irlanda; concede, por su intercesión y sus méritos, a cuantos se glorían de llamarse cristianos, la gracia de proclamar siempre tus maravillas delante de los hombres.”
Pilar Riestra