Pedro González Cuevas

Ciudadano Rivera

El presidente de Ciudadanos. Foto: El Confidencial - EFE (Fragmento)

LA CRÍTICA, 21 FEBRERO 2019

Pedro C. González Cuevas | Jueves 21 de febrero de 2019
Un genial Orson Welles realizó, en 1940, con Ciudadano Kane, una película que, desde el punto de vista filosófico, podríamos denominar “perspectivista”....

... Como es sabido, su trama gira en torno a la figura del multimillonario y magnate de la prensa William Randolph Hearst, que en la película se transformó en Charles Foster Kane, interpretada por el propio Welles. Hearst boicoteó por todos los medios la película, aunque no logró impedir su exhibición en los cines. Fue un éxito de crítica, pero no de público. Según René Bazin, el norteamericano medio no estaba preparado para entenderla. Kane fallece al comienzo del films, pronunciando una enigmática palabrea: “Rosebud”. Un periodista recibe el encargo de averiguar el significado de aquella palabra, que, en el fondo, viene a reflejar el sentido de toda una trayectoria vital. ¿Quién era Kane?. A lo largo de la película, aparecen cinco personas que conocían bien al personaje, que lo amaban o lo detestaban. Y ofrecen al periodista cinco versiones distintas. Además, aparece un banquero que lo acusa de “comunista”; mientras un sindicalista lo tacha de “fascista” y de enemigo de la clase trabajadora. Según algunos, Kane no amaba más que a su madre; según otros, sólo a su periódico, a su segunda mujer o a él mismo. Tal vez amaba a todos; tal vez a ninguno. Todo depende de la perspectiva de que hablaba de él. En el desarrollo la trama, el enigma permanece. Welles juega así con la relatividad de la verdad. La imagen del protagonista se venía desdibujada por la subjetividad de los diversos testigos. No obstante, en este proceso intervenía, al mismo tiempo, la propia ambigüedad y las contradicciones del personaje. Al final, Welles nos descubre el sentido profundo, último, real de “Rosebud”: era el nombre de un trineo que reflejaba una infancia malograda que transformó toda la trayectoria vital de Kane.

Viene esto a colación, a la hora de intentar perfilar la ideología y proyecto político de Alberto Carlos Rivera Díaz, nuestro ciudadano Kane político actual. No en vano, su partido se autodenomina Ciudadanos. Como supuesto contrapunto de Podemos, surgió el partido naranja, al que no pocos comentaristas políticos han enmarcado, contra no pocas racionalidades y evidencias, en la derecha del espectro político. Ciudadanos, lo mismo que Podemos, no encarna novedad alguna. El partido liderado por Iglesias Turrión no es más que un remedo del paleobolchevismo, con algunos aditamentos del populismo bolivariano, que encarnaron y encarnan el PCE y luego Izquierda Unida; mientras que Ciudadanos es un remake del “centrismo” heredero del UCD y del Centro Democrático Social del inefable Adolfo Suárez. Si el partido de Iglesias Turrión es un movimiento claramente agonístico, basado en una distinción nítida amigo/enemigo, Ciudadanos pretende permanecer en el paradigma consensual, “centrista” o, si se quiere, de “razón cínica”: todo da igual porque todo está desmitificado. Quizá represente una variedad de lo que el escritor y cineasta Tariq Alí, izquierdista de pro, ha denominado “extremo centro”, es decir, “un monolito trilateral, formado por la colusión de conservadores y demócratas, liberales más laboristas: sí a la austeridad, sí a las guerras imperiales, sí a una Unión Europea que está fracasando, sí al aumento de las medidas de seguridad y sí a apuntalar el modelo averiado de neoliberalismo”.

Los orígenes remotos de Ciudadanos fueron los de una izquierda liberal profundamente enemistada con el nacionalismo catalán. El grupo nació de una serie de reuniones de intelectuales como Albert Boadella, Francecs de Carreras, Arcadi Espada, Félix de Azúa, Xavier Pericay, Teresa Giménez Barbat, Félix Ovejero, Ana Nuño, etc, etc. Y que dio lugar a la Plataforma de Ciudadanos de Catalunya. Con posterioridad, bajo la dirección de Alberto Carlos Rivera Díaz, se convirtió en una partido de incierto proyecto político, aunque muy definido en su oposición al nacionalismo catalán.

Hace ya algunos años, el periodista Alex Salmon tituló significativamente uno de sus libros El enigma Ciutadans. Un misterio político; y en una de sus páginas se preguntaba: “¿Es Ciutadans de izquierdas? Sí. ¿Es Ciutadans de derechas? Sí”. Según el periodista, los hombres de Rivera no buscaban “ideologismo, sino ideas”. El líder catalán afirma, en una entrevista, haberse sentido “más cerca de los valores que representa el PSC, los de izquierdas”; pero, lo que son las cosas, “desde hacía tiempo tampoco me representaban”. “Los veía trasnochados, demasiado aparato”. No obstante, cuando el PP se hizo “centrista”, le pareció bien. “Me interesé por ello. Piqué me gustaba. No tenía nada que ver con la línea moral conservadora. Además, yo también me siento liberal, si bien desde el punto de vista político, no económico”. En las elecciones de 1999, votó a Maragall; en 2000, por el PP; en las municipales del 2003, se decidió por CIU, ya que el candidato era amigo del dueño de la tienda de motos de la que Rivera era cliente; en las autonómicas, lo hizo por Piqué; en 2004, escandalizado por las mentiras de Aznar respecto a los atentados de marzo, votó en blanco. Sabemos que en su juventud, militó en Nuevas Generaciones del PP; y luego en el sindicato UGT de la Banca. En 2009. Se presentó a las elecciones europeas con el grupo conservador Libertas, que dirigía el conocido abogado Miguel Durán, ex de Tele 5 y la ONCE, consiguiendo 22.093 votos, es decir, un 0´14 por ciento. En no pocas ocasiones, han destacado sus colosales meteduras de pata, cuando, por ejemplo, afirmó que era preciso excluir de la regeneración democrática a los nacidos antes de 1978. Adanismo puro; juvenilismo acrítico. De igual forma, no ha dudado –él y su partido- en defender aberraciones tales como los vientres de alquiler.

Con todo, Rivera Díaz ha conseguido articular un aparato de partido, cuyas figuras más reseñables, aunque no excesivamente brillantes, son Juan Manuel Villegas, Fran Hervías, Carlos Carrizosa, Ignacio Aguado, Juan Marín, Begoña Villacís e Inés Arrimadas. Su oposición al proceso separatista catalán y como contrapeso a Podemos, le ha proporcionado el apoyo de sectores de la élite económica y financiera. En ese sentido, el sociólogo Manuel Castells ha interpretado al partido de Rivera Díaz como una “representación de las nuevas generaciones de profesionales de clase media”, “que están a favor de un capitalismo global modernizado y plenamente inmersos en la promesa de una Europa próspera”. “Progresista en política y neoliberal en materia económica”. Y que contaba con “un apoyo discreto de las instituciones financieras de crear un partido progresista, que pueda estar presente en la nueva economía globalizada”. Se le ha relacionado igualmente con las empresas del IBEX 35.

Rivera Díaz se ha declarado, en numerosas ocasiones, admirador de Adolfo Suárez, de Barack Obama y de Emmanuel Macron, aunque, dada su versatilidad, pudiera haber elegido, llegado el caso, cualquier otro líder político convencional. Sin embargo, puede decirse que, en realidad, tiene razón. Como sus iconos venerables, Rivera simboliza, aunque de una forma más patética, tosca y estrafalaria, la ambigüedad del ser y la apariencia del estar; de ahí su comportamiento ambivalente y oportunista, apresurado, sin horizonte. Mantiene una nebulosa sobre políticas concretas, porque, a base de indefinición, mantiene sus votos. No sabemos lo que pretende Rivera Díaz y su partido y que traerá hasta que se enfrente con la realidad del poder; y entonces aparecerán nítidamente sus intenciones y se descubrirán sus contradicciones, que no son pocas. La experiencia histórica de la UCD y luego la del CDS es, en mi opinión, muy aleccionadora. Y es que Ciudadanos es, ante todo, un partido mediático, que vive de la imagen. Su proyecto se sintetiza en el concepto de “cambio sensato”. Cree que el aborto debería ser “despenalizado”, pero que no es un “derecho fundamental”. Es republicano, pero respeta a la Monarquía constitucional, porque “no tiene poderes públicos” y el monarca es “un representante institucional”. Felipe VI, en su opinión, “está cumpliendo con las expectativas que teníamos: ejemplaridad, sensatez, buena imagen del país, modernización”. Rivera Díaz se confiesa agnóstico –en realidad, no ha sido bautizado- y cree en la separación de la Iglesia y el Estado; pero se muestra partidario del respeto a la tradición católica, en un sentido más bien folklórico: hay respetar la Semana Santa y demás fiestas de guardar. Hasta ahí llega; no más. Propugna listas abiertas y la reforma de la ley electoral para evitar que los separatistas “sean los árbitros de la política nacional”. Reforma fiscal profunda “dirigida a la redistribución”, progresividad en los impuestos, para crear “una gran clase media fuerte”. Educación pública y concertada. Pacto nacional para la educación. Ley educativa que compatibilice igualdad de oportunidades y calidad, además de que fomente “la educación emocional”. Defensa del castellano en Cataluña. No es partidario de la devolución de competencias educativas al Estado, porque el problema es, según Rivera Díaz y su partido, de “lealtad a la legalidad y a la Constitución”, “hacer que el Estado federal autónomo funcione gracias a los mecanismos de coordinación y de control”. Se autodefine europeísta y partidario de un “proyecto político único” de Europa, unificando “la política bancaria y fiscal”. Creación de “unos verdaderos Estados Unidos de Europa”, “más unión europea, no menos”. Con respecto al tema de la “memoria histórica”, se muestra partidario de “limpiar nuestros símbolos de todas las manchas que dejaron la Guerra Civil y la Dictadura”.

Visto todo este arsenal, todo este conjunto de vaguedades políticamente correctas, “centristas”, podemos fácilmente llegar a la conclusión de que Ciudadanos no representa ninguna alternativa no ya de derechas, sino real, de regeneración al actual desorden establecido. Es, simplemente, más de lo mismo, de lo ya conocido; de todo lo que nos ha llevado a la situación social, política, económica y cultural en la que nos encontramos. Significa, en fin, la consolidación de lo que podemos denominar “pecados originales del régimen de 1978”: la desnacionalización provocada por la dialéctica inherente al Estado de las autonomías; la omnipresente partitocracia y la consiguiente crisis de representación política que padecemos; la hegemonía cultural de las izquierdas –crisis educativa, memoria histórica, política sexual, etc-; y las estolideces de lo que yo denominaría eurofundamentalismo, que ha de ser sustituido por un europeísmo crítico, basado en la idea gaullista de la Europa de las Patrias, que defienda los intereses españoles en el seno de la Unión Europea.

Buena prueba de esta ambigüedad de Ciudadanos fue el contenido de la concentración celebrada el 10 de febrero en la madrileña Plaza de Colón en contra de la política seguida por el gobierno socialista respecto al nacionalismo catalán. Todo fue de lo más light, típicamente “centrista”, por mucho que la izquierda pretendiera interpretarla como una manifestación de ultraderecha. En el fondo, se defendió mucho más, al menos por parte de los organizadores, un anodino “patriotismo constitucional” que la un patriotismo real, histórico, identitario. Otra cosa era, por supuesto, la actitud de la mayoría de los concurrentes. Mientras se les ofrecía música extranjera -¡Delilah de Tom Jones!- para amenizar el acto, los asistentes pedían música española, la de Manolo Escobar. Y, a mi modo de ver, tenían toda la razón. Porque, aunque a los intelectuales no nos guste el repertorio del cantante almeriense, es preciso reconocer que no se ha sabido o no se ha querido, ¡en cuarenta años!, crear una nueva liturgia artístico-política para el pueblo de derechas. Por desgracia, hay lo que hay, y nada más. Por si fuera poco, Rivera Díaz y sus acólitos no sólo intentaron marcar, casi a codazos, su propio territorio en una manifestación de clara etología política, frente al PP y a VOX, sino que se fotografiaron con sendas banderas del colectivo LGBTI, algo que no venía al caso, ni estaba en el programa, pero que, sin duda, muestra el talante de la formación naranja. Al día siguiente, Rivera Díaz, o alguno de sus amanuenses, publicó, en El Mundo, un artículo titulado “Patriotismo y civismo en Colón”, en el que reiteraba sus tópicos seuprogresistas y políticamente correctos.

Y es que a mí no me cabe duda, pese a todo el oportunismo y todas sus ambigüedades, el “Rosebud” del ciudadano Rivera se llama PSOE, no PP o VOX. Para la derecha política, social e intelectual, son votos perdidos. La nada.