... de amor. De cuántas casas e incluso palacios, decorados con lujo y sin faltar detalle, decimos que no son hogar; y lo mismo, respecto de chabolas (tengo experiencia personal) en las que en algunas -sucias, desordenadas-, no había acogida y en otras, igualmente pobres –limpias, ordenadas- daba gusto estar y conversar en una tertulia grata de verdad.
Pues bien, el culto a la advocación de la Virgen de Loreto “está vinculado, según la antigua y viva tradición, a la casa de Nazaret; la casa en la que María habitó después de los desposorios con José; la casa de la Sagrada Familia” (san Juan Pablo II, Homilía en Loreto, 8 de septiembre de 1979).
La construcción de la casa la realizaría fundamentalmente José y el interior el ambiente de hogar con los dos o tres muebles, la Virgen, posiblemente ayudada por José, pero mantenida a diario, limpia y ordenada, por María. Allí estaría el recipiente donde María traería el agua todos los días y que al volver del trabajo, en esos días especialmente calurosos para trabajadores manuales, beberían con verdadero deleite José y Jesús. También el lugar donde preparaba la comida, donde cosía y remendaba y -si se hace caso a una tradición bien fundada- un pequeño telar doméstico donde, con gran habilidad, la Virgen confeccionó para Jesús aquella túnica inconsútil que los soldados que le crucificaron no quisieron rasgarla y repartírsela, sino que echaron a suertes sobre ella para ver quien se la podía llevar entera. En resumen, la casa de Nazaret, a pesar de que hoy nos parecería de una pobreza extrema, era un verdadero hogar.
La casa de Nazaret tenía dos partes. La del fondo que era una gruta y la prolongación al exterior de esa gruta que constaba, como es lógico, de sólo tres paredes, por cuanto la “pared” del fondo era la de la gruta. Mide uno nueve metros y medio de largo, por cuatro metros de ancho y casi un metro con cuarenta centímetro de alto. Tiene una sola puerta y una sola ventana. Esta casa se encuentra en Loreto y se ha demostrado, sin lugar a dudas, que corresponde a la que vivieron María, José y Jesús; está construida con piedras arenosas unidas por argamasa de barro y no tiene cimientos. Allí empezaron los primeros cristianos a celebrar la Santa Misa.
Según una antigua tradición, la casa de Nazaret, fue trasladada milagrosamente, a Loreto. Por ello: “A petición de la Iglesia, se han realizado varios estudios por ingenieros, arqueólogos, arquitectos, físicos, historiadores y expertos, que, cuanto más analizan el caso, más comprueban el carácter inexplicable del surgimiento de esa casa:
Por consiguiente, la casa de Loreto es la misma casa de Nazaret, y conviene admitir su inexplicable aparición en Loreto, dado que las otras explicaciones sobre su traslado por mar, desmontando las piedras, conservando la argamasa ya inservible para unir esas piedras, reproduciendo las medidas exactas, hasta el centímetro, etcétera, parece más lógico descartarlas y en consecuencia admitir que en esta casa se produjo la Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios, donde vivieron Jesús, María y José a su regreso de Egipto, así como todos los años que pasó Jesús, aprendiendo el oficio primero y luego trabajando con su padre, a los ojos de la gente, como artesano.
Una persona que ha contemplado en su oración esta advocación de la Virgen de Loreto, escribe: “El calor de hogar no sólo depende de la madre -aunque su función no es fácilmente sustituible-, sino de la aportación personal de cada uno. Hemos de vivir pensando en los demás, usar de las cosas de tal manera que haya algo que ofrecer siempre a otros, cuidar de las tradiciones propias de cada familia…¡ Cuanta semejanza puede haber entre nuestra vida y la de Jesús, María y José en la casa de Nazaret! Todo transcurrió allí con la más completa normalidad, sin acontecimientos de extraordinario relieve externo. El Señor no nos pide sacrificios llamativos. Nos busca, sin embargo, en la propia familia, en mil pequeños detalles de entrega: una sonrisa para aquel que se encuentra más cansado, adelantarnos en los pequeños servicios que requiere toda convivencia, no manifestar desagrado por cosas de poca importancia, vencer el mal humor para no hacer daño a los demás, estar atentos al santo o cumpleaños de quienes conviven con nosotros, festejar en familia esos aniversarios y fiestas especialmente ligados a todos...” (Francisco Fernández Carvajal, HABLAR CON DIOS, Ediciones PALABRA, 1991, tomo Vll, p.438).
María, la Virgen, es la persona que, después de Jesucristo, más ha contribuido a la Redención, la Salvación de la Humanidad. Sin embargo no hizo nada extraordinario. Vivió como una más, como cualquiera de las mujeres de Nazaret.
Pilar Riestra