R. I. P. John McCain, pero líbrenos el Señor de esta fatiga asfixiante.
(...) Por piedad solo me referiré a su mediocridad política y no haré referencia a la personal, especialmente respecto a su primera esposa...
Después de los consabidos editoriales en casi todo los medios de comunicación; de tres columnas tres en Libertad Digital (de Rafael Bardají, de José María Marco y de José Carlos Rodríguez; a mi juicio hubiera bastado con la de Bardají), medio en el que su director sabelotodo Federico Jiménez Losantos viene hace tiempo considerando a McCain un modelo político frente al detestable Trump; con otra columna en ABC de Javier Rupérez, y otras varias en casi todos los medios liberales y menos liberales españoles, exaltando el “heroísmo” y el “coraje” del finado senador republicano de Arizona, creía que ya tenía suficiente. He tenido que padecer las noticias en todos los medios progresistas en EEUU durante todo el largo fin de semana del Labor Day para empezar a sentir realmente una especie de cansancio o McCain fatigue.
John McCain, senador republicano, para muchos republicanos tradicionales era el ejemplo perfecto de RINO (Republican In Name Only), con fama de “maverick”, a mi me pareció siempre un poco bluff, perro ladrador pero poco mordedor. Eso sí, un zascandil siempre presto a aparecer entrevistado por cualquier televisión y aparentar una agresividad o indignación que nunca se sustanció en políticas concretas. Como senador no ha dejado un legado legislativo destacable, pese a los apoyos bipartisanos que gozó. Su intento de imponer una Ley McCain-Feingold para limitar y controlar la financiación de las campañas quedó absolutamente anulada por una famosa resolución de la Corte Suprema. Lo mismo ocurrió con el tan cacareado proyecto de reforma sobre la emigración, pasteleado entre otros con el caradura senador demócrata Charles Schumer, que se quedó en agua de borrajas.
Algo que sí votó sistemáticamente fue contra los intereses de la mayoría del electorado liberal-conservador, como hizo últimamente en los intentos republicanos de desmontar el Obamacare.
En suma, un mediocre senador republicano y un mediocre candidato presidencial GOP frente al demócrata Barack Obama en 2008. Y sobre todo un resentido: contra Bush Jr. en 2000, y especialmente contra Trump en 2016.
No entro en su polémico perfil militar, su aparente ineptitud para pilotar aviones de alta tecnología, y su innegable condición de víctima como prisionero de guerra en Vietnam, lo cual posiblemente explica en parte su inestabilidad mental.
Como candidato presidencial fue un auténtico desastre, incapaz de desenmascarar las imposturas sobre el pasado siniestro de su rival Obama. El famoso momento de la campaña en Lakeville (Minnesota) en que una ciudadana tuvo un lapsus y se refirió al candidato demócrata como “árabe” en vez de “islámico”, McCain no supo o no quiso interpretar correctamente la cuestión, una muy lógica preocupación entonces del electorado conservador americano. Permitió que se impusiera una interpretación del momento, según todavía repiten los medios progresistas del partido Demócrata, como una cuestión “racista” (véase, por ejemplo, la oportunista versión de Jennifer Brooks, “Lakeville is having a McCain moment”, Star-Tibune, Minneapolis, August 28, 2018).
Retrospectivamente mi personal reproche es su falta de caballerosidad con Sarah Palin, joven y carismática ex gobernadora de Alaska que eligió como candidata para la vicepresidencia (por recomendación de los “neocon”). Todavía pienso que sin ella el desastre electoral de McCain hubiera sido mayor, y sin duda gracias al apoyo que ella le prestó en las elecciones intermedias de 2010 pudo mantener su puesto en el Senado.
El año pasado McCain declaró que fue un error no haber elegido como candidato para la vicepresidencia al triste y ambiguo demócrata Joseph Lieberman, algo que Sarah Palin consideró lógicamente un “golpe bajo”, sin duda por resentimiento político, ya que la popular política impulsó desde 2009 el movimiento Tea Party y apoyó finalmente en 2016 a Donald Trump. En consecuencia, en un gesto innoble final del equipo político y de la familia del senador, Sarah Palin sería excluida de la lista de invitados al funeral de McCain.
Efectivamente, en estos últimos años McCain ha sido un enemigo declarado del Tea Party, de Trump y del Trumpismo (y asimismo no ha evitado las oportunidades de insultar a otros políticos conservadores, como Ted Cruz), actuando de ariete del elitismo GOP en la reacción “NeverTrump”, que en realidad significa “NeverYou”, es decir, el elector republicano común, genuinamente liberal-conservador crítico de la partitocracia y la corrupción bipartisanas del Establishment.
Por piedad solo me referiré a su mediocridad política y no haré referencia a la personal, especialmente respecto a su primera esposa.
El pasado fin de semana en que se celebraba la fiesta nacional americana del Labor Day, en Washington DC se convirtió en la culminación de la celebración del Establishment y sus corifeos, nacionales e internacionales, como una especie de aquelarre anti-Trump y anti-populista de las élites políticas, en el que no han faltado los ingredientes típicos de un cóctel del resentimiento político: los “NeverTrump” republicanos representados por la familia Bush, el congresista y Speaker Paul Ryan, los senadores Jeff Flake , Lindsey Graham, etc., con la oportuna decoración “neocon” de Weekly Standard y el venerable icono zombi Henry Kissinger, junto a toda la patulea progresista y corrupta del partido Demócrata: los Clinton, los Obama, el caradura senador Schumer, Joe Biden, Nancy Pelosi, etc. Basta ya.
R. I. P. John McCain, pero líbrenos el Señor de esta fatiga asfixiante.