Manuel Pastor Martínez

"Carucha"

Lucio Vallejo (para el autor "cabeza de turco") y el Papa Francisco.

LA CRÍTICA, 29 AGOSTO 2018

Manuel Pastor Martínez | Miércoles 29 de agosto de 2018
“Carucha” (significando “mala cara”) es el mote que en Argentina le pusieron al jesuita Bergoglio en los años 1970s, siendo simpatizante del Peronismo y consejero espiritual de su joven Guardia de Hierro, por el permanente gesto autoritario de amargura y enfado en su cara...

(... ) En la que sería, según el experto vaticanista Marcantonio Colonna, “la elección papal más política -Cónclave de 2013- desde la caída de los Estados Pontificios”, elección producida en la quinta votación del día 13 de Marzo (lo que según otro experto vaticanista, Antonio Socci, sería ilegal de acuerdo con las reglas del Cónclave que solo permiten cuatro votaciones por día), “Carucha”, el fan y heredero político del Peronismo, era elevado a la máxima magistratura de la Iglesia Católica como Papa Francisco.

Una de las primeras afirmaciones que Bergoglio hizo siendo ya Papa fue: “Yo nunca he sido de derechas” (Declaración a la prensa, Roma, 2013). Y tiene razón. El populismo peronista, como casi todos los populismos en la América hispánica, han sido básicamente izquierdistas aunque a veces hayan competido o rivalizado con el socialismo y el comunismo marxistas.

Las inclinaciones políticas del jesuita Bergoglio son ilustrativas. A diferencia de un sector del clero hispanoamericano –incluida la Compañía de Jesús- que desde los años 1960s se adhirió a la “Teología de la Liberación” influida por la sociología marxista, optó por una “Teología del Pueblo” o “Teología de los pobres”, más en sintonía con la ideología populista del Peronismo. Es innegable que este movimiento tenía una mayor conexión con la clase trabajadora y el sindicalismo que los grupúsculos marxistas argentinos. Pero a medio plazo el anti-capitalismo, anti-imperialismo y anti-americanismo compartidos, producirá una convergencia y entente común de los populismos con las izquierdas tradicionales, entente que se venía acentuando por influencia del Castrismo, del Sandinismo, y últimamente del Chavismo. El jesuita Bergoglio siguió la corriente y asumió la inevitable fusión de las teologías originariamente antagónicas, que le permitirá presentarse, ante un potencial triunfo del Trumpismo en EEUU, como “Líder de la Izquierda Global” (Francis X. Rocca, “How Pope Francis Become the Leader of the Global Left”, The Wall Street Journal, December 22, 2016). Según el autor del ensayo, en su mensaje de Navidad Bergoglio se postulaba no solo como líder espiritual del Cristianismo sino también “standard-bearer for many progressives around the world”.

Tempranamente así lo habían percibido personajes tan diversos y pintorescos como Pablo Iglesias (“El Papa y yo estamos en la misma barricada”, Vanity Fair, Madrid, 2014), Cristina Fernández Kirchner, Raúl Castro, Nicolás Maduro, Barack Obama, y los medios de comunicación internacionales afines, percepción confirmada tras el inesperado fracaso electoral de Hillary Clinton en Noviembre de 2016 (que todavía tiene traumatizados a los demócratas radicales en EEUU y también a los “liberales”, socialdemócratas y democristianos en Europa). Al parecer, según documenta el autor M. Colonna, Bergoglio sufrió asimismo una gran decepción con los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses, ya que –y esto es una primicia informativa que requerirá confirmación en investigaciones más profundas- el Vaticano habría hecho donaciones millonarias (presuntamente ilegales) a la campaña de Ms. Clinton.

Me imagino que la amargura y enfado de “Carucha” se ha intensificado en las últimas semanas con las tremendas noticias, aunque de escasa novedad, sobre los escándalos de pedofilia/pederastia de más de 300 clérigos en Pensilvania y del cardenal Theodore McCarrick que han obligado a su destitución en el Colegio Cardenalicio. Para el colmo, el viaje de Bergoglio a Irlanda ha sido un fracaso rematado con la carta del cardenal Carlo Maria Vigano en la que le acusa, con pruebas de primera mano, personales, de encubrimientos de muchos escándalos y de los culpables –como el mencionado cardenal McCarrick-, pidiendo su dimisión.

La “elección más política” ha conducido ineluctablemente al pontificado más politizado de los tiempos modernos, de signo populista izquierdista y progresivamente autoritario (The Dictator Pope titula su libro M. Colonna, recogiendo impresiones muy extendidas en el propio Vaticano), que en un tiempo relativamente breve se ha saldado muy pronto en un gran fracaso por la pérdida de la autoridad moral y religiosa que debería haber ejercido. Como católico modesto (culturalmente y de la fiel infantería) me siento estafado y escandalizado.

Es imposible resumir en esta columna la importancia –y la gravedad de su contenido- en la relativamente pequeña pero bien documentada obra de Marcantonio Colonna, The Dictator Pope. The Inside Story of the Francis Papacy (Regnery, Washington DC, 2018, 232 páginas). El nombre del autor en realidad es un pseudónimo del historiador Henry J. A. Sire (francés nacido en Barcelona en 1949).

La obra es una imprescindible contribución crítica a la línea biográfica sobre Bergoglio iniciada por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, El Jesuita (Buenos Aires, 2010), Omar Bello, El Verdadero Francisco Buenos Aires, 2013), Austen Ivereigh, The Great Reformer (New York, 2014), George Neumayr, The Political Pope (2017), Philip Lawler, Lost Shepherd (2018), etc. El autor nos introduce en los secretos laberintos vaticanos –la “Mafia de St.Gallen”, la Curia, la C9, la burocracia centralizada en la Secretaría de Estado, etc.- y las graves responsabilidades de los últimos Secretarios de Estado (cardenales Somalo, Bertone, Parolin) en la centralización económico-administrativa y en algunas formas de corrupción. Y en la raíz de casi todo, la omnipresencia del “Lobby Gay”.

En conjunto la obra es un catálogo de argumentos plausibles para que en un sistema democrático como EEUU se articulara un Impeachment al Presidente. Lo cual evidentemente no es posible en un sistema de poder absolutista.

Particularmente deprimente es el relato de la falta de reformas y la laxitud en la política de “tolerancia cero” con las ofensas sexuales. En un plano superior, teológico-doctrinal, el autor documenta el caso de protesta en forma de Dubia sometido a la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmada por varios cardenales (Brandmüller, Burke, Caffarra, Meisner y otros dos cuyos nombres todavía no conocemos) de la exhortación apostólica Amoris laetitia (Marzo de 2016), sobre la admisión de divorciados y vueltos a casar por lo civil al sacramento de la Comunión, y otras cuestiones.

El gran escándalo político, si algún día las investigaciones lo substancian, es la muy posible “collusion” y “conspiracy” entre el Vaticano y la campaña presidencial de Hillary Clinton, usando fondos del instituto de caridad Denarius Sancti Petri, por orden directa de Bergoglio. Palabras mayores, según algunas informaciones, sería la “collusion” entre el Vaticano y la propia CIA de Obama (cuyo director entonces era el despreciable “jesuita” político John Brennan).

Una nota final, de interés local para Astorga. El libro menciona casi de paso (página 86) la destitución y condena de monseñor Lucio Vallejo, secretario de la Prefectura para Asuntos Económicos. La opinión del autor es que fue una especie de “cabeza de turco” para no condenar a los auténticos responsables de la corrupción financiera. El delito del cura Vallejo habría sido –aquí el matiz- tratar de denunciar dicha corrupción y la falta de reformas, filtrando documentos secretos al periodista Gianluigi Nuzzi. En Astorga yo había oído una versión distinta del caso.