Entre los más serios del primer grupo, por ejemplo: Pedro González Barbadillo (“Victoria de Casado y debilidad de la prensa”, en Libertad Digital), Federico Jiménez Losantos (“Casado: mucho más que una ilusión, algo menos que un proyecto”, en Libertad Digital), J. S. Íscar (“Casado: el triunfo de las ideas”, en OKDIARIO), editorial de Isabel Benjumea y colaboradores (“Una nueva etapa”, en Floridablanca), Javier Fernández-Lasquetty (“Con principios sí se gana”, en Libertad Digital), Isabel Benjumea (“Comprometido”, en ABC), etc. Todos ellos coinciden en la voluntad de “rearme ideológico” del nuevo líder del PP, y como señala Isabel Benjumea, con la esperanza de que las ideas se traduzcan pronto en acciones.
Como profesor durante varias décadas de la asignatura Ideologías Políticas en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM me permito el título de este ensayo consciente de que el término “ideología” ha adquirido un significado peyorativo o negativo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial con la tesis del “fin de las ideologías” sostenida por intelectuales liberal-conservadores como James Burnham, Raymond Aron, Daniel Bell, Irving Kristol, J. F. Revel, etc. (sin olvidar a dos importantes españoles: un precursor, José Ortega y Gasset, y un epígono, Gonzalo Fernández de la Mora), aunque los marxistas ya venían anunciando desde la segunda mitad del siglo XIX la progresiva extinción de las “superestructuras ideológicas” (y del propio Estado) en el proceso histórico revolucionario hacia la utópica sociedad sin clases.
Durante mis años como directivo en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo o en el Colegio Complutense de la Universidad de Harvard tuve la oportunidad de interactuar con algunos de los intelectuales mencionados: con Burnham -a través de su esposa- y con Bell, epistolarmente; con Revel y Fernández de la Mora, personalmente. Todos coincidían en vincular el concepto de ideología al fenómeno del Totalitarismo (comunista o nazi), y Bell en particular subrayaría su función como instrumento para la movilización política de masas.
Sin embargo cuando se inventó el neologismo, al parecer en la escuela filosófica francesa de Condillac, el patriota liberal español Antonio de Capmany ya traduciría “ideología” -ciencia de las ideas- en fecha tan temprana como 1776 (el mismo año de la obra clásica del liberalismo económico de Adam Smith y del liberalismo político de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América).
Desde entonces –y especialmente tras las violentas experiencias revolucionarias en Occidente, desde la francesa en 1789 hasta la rusa en 1917 como referentes y modelos, el nuevo concepto de ideología ha estado vinculado a fórmulas políticas autoritarias o totalitarias, derechistas o izquierdistas. El liberalismo conservador o el conservadurismo liberal genuinos, expresión del sentido común y moral, han evitado caer en tales derivas anti-democráticas, preservando las ideas libres frente a las utopías, simplificaciones, manipulaciones y corrupciones de las ideologías absolutas o totalitarias.
Los problemas de las democracias contemporáneas, tales como la intolerancia, la partitocracia, la inmoralidad y la corrupción, se nutren de una cultura política ideológica que en gran medida ha arraigado poderosamente en la Izquierda, gracias a una presunta “hegemonía cultural” (en realidad un producto “agit-prop”). Una Izquierda siniestra que se ha beneficiado en determinadas circunstancias (es el caso de nuestro país) de una Derecha no diestra.
Una ilustración de cómo las ideas degeneran en ideologías absolutas, excluyentes y violentas nos la ofrece la historia de las Internacionales (movimientos y organizaciones socialistas anti-sistema): la Primera, Segunda y Segunda y Media (marxistas), la Tercera (leninista), y la Cuarta (trotskista). Después de la Segunda Guerra Mundial y la trágica experiencia de los Totalitarismos (comunista y nazi), se ha refundado una nueva Internacional Socialista (Declaración de Frankfurt, 1951) que intentó una vía “socialdemócrata” y “atlantista” (Declaración de Oslo, 1961). Pero durante la que he denominado Era Brandt (1976-1992), bajo la presidencia del socialista alemán, la organización degeneró progresivamente, intentando abarcar corrientes muy diversas socialdemócratas y socialistas (F. Mitterrand, B. Craxi, M. Soares, F. González…), asimismo corrientes populistas variopintas (griega del PASOK, argentina del justicialismo peronista, peruana del APRA, etc.), incorporando ex comunistas y neocomunistas (Frente Sandinista), e incluso ex terroristas palestinos (Al Fatah).
El resultado está a la vista: desde la Ostpolitik escéptica de la reunificación alemana y europea al anti-Americanismo y anti-Atlantismo (recuérdese que fue Willy Brandt quien inspiró al PSOE el famoso eslogan “OTAN, de entrada no”); desde el multi-culturalismo y “tercermundismo” al anti-semitismo/anti-sionismo. Precisamente hace pocos días The Wall Street Journal publicaba un artículo de Elliot Kaufman (“World Socialism´s Anti-Israel Turn”, TWSJ, New York, July 23, 2018) recordando esta patética deriva que ha provocado el abandono de la IS del Partido Laborista de Israel, uno de los fundadores de la misma y de la que Simon Peres fue presidente honorario.
El gobierno socialista “Frankenstein” en España es la expresión nítida de este marasmo y caos ideológico que padece la Izquierda. La Derecha española tiene una oportunidad única, histórica, de plantear una alternativa en la que las ideas, el sentido común y los principios morales desplacen a la basura ideológica.
La Izquierda ha presumido falsamente de ostentar una “hegemonía cultural” que, en realidad, ha estado limitada a su propia sub-cultura ideológica anti-sistema. Desde las grandes revoluciones burguesas del siglo XVIII la auténtica hegemonía cultural, no nos engañemos, ha pertenecido a las ideas liberales y conservadoras de nuestra Civilización Occidental, construida sobre las libertades individuales (frente a los colectivismos) en la economía y la política de las naciones históricamente consolidadas. La Derecha, sin complejos, debe asumir este hecho objetivo, reconociendo y demostrando que tiene los medios intelectuales y morales para ganar hoy esa batalla de las ideas y defender la auténtica hegemonía cultural.