Vergüenza debería sentir el pueblo belga al ver que sus dirigentes e instituciones han convertido a su país en plataforma del golpismo independentista catalán.
Cuando las risas se conviertan en lágrimas que, por lo que parece, todo pinta a que más tarde o más temprano es lo que habrá de pasar, entonces veremos correr ríos de tinta e interminables y sesudas conferencias internacionales tratando de dirimir responsabilidades a toro pasado.