Desde hace poco más o menos un año, asistimos en todos los grandes medios de comunicación a un hecho que no podemos por menos de considerar en toda su manifiesta intencionalidad política. Obedece a una estrategia, perfectamente planeada por el Gobierno, desde luego con propósitos que no permiten hacer dudar de sus afanes rupturistas y que invade el discurso político oficial buscando concienciar a la opinión pública de la necesidad (que nadie, sino el propio Gobierno siente) que tiene España de revivir viejas discordias. Esta táctica manipuladora de la opinión pública, se produce enviando mensajes que no se pueden etiquetar de subliminales, pues son burdamente lo suficientemente claros y clara se ve su intención. Abundan de forma manifiesta en el convencimiento de que la transición política que se realizó con grandes esfuerzos a la muerte de Franco está ya totalmente agotada y se necesita ahora de una ruptura total con los logros de aquellos tiempos. Ya no se considera que nuestra transición política fue modélica y alabada por todas las naciones democráticas y, a la vez, envidiada por las que sufrían dictaduras. Ahora se menosprecia que en los tiempos de Adolfo Suárez y de Felipe González se consiguiera el consenso social, la paz y la reconciliación de los españoles, olvidando y enterrando el hacha de guerra para siempre, a lo que contribuyó y no poco, la actitud de Santiago Carrillo y su propio partido.
Pero el socialismo español ha dado un giro que nadie se esperaba. Lo que el ciudadano de a pie cree que son las más importantes tareas del Gobierno, tal como la inversión en carreteras, ferrocarriles, puertos, educación, justicia etc. etc., carecen ahora de la menor importancia para los gobernantes. Lo verdaderamente importante para ellos ahora es aquello que a nadie interesaba en absoluto. Se han hecho cuestiones del máximo interés el matrimonio homosexual (del que prefiero no hacer ningún comentario), la memoria histórica, la nostalgia republicana, la segunda transición, la profundización en los estatutos autonómicos y, para completar el ciclo, junto a todas estas cosas innecesarias, se aborda algo muy espinoso y, además, con muy escasas posibilidades de éxito: conversaciones con los separatistas para un nuevo consenso ¿?.
Si analizamos todos estos slogans, veremos claramente que su propósito es cambiar el orden de valores sociales en que hasta la fecha nos hemos venido desenvolviendo, no solamente con una democracia aceptable y aceptada, aunque manifiestamente mejorable, sino también con una paz social que favoreció nuestro despegue económico.
La llamada memoria histórica, incluye, como premisa previa, borrar de raíz otra memoria, y lleva a destruir cualquiera de los símbolos residuales del régimen de Franco, como son estatuas, nombres de calles, placas conmemorativas e incluso desenterrar al Dictador, etc. etc. Se hace ello con un discurso de rencor y una especie de revanchismo que inevitablemente lleva a reavivar el odio entre vencedores y vencidos de la guerra civil de 1936, aunque se dice que es todo lo contrario con una beata evocación de mansedumbre izquierdista que a nadie pude engañar. Se ignora voluntaria y sorprendentemente que la historia es, esencialmente, la ciencia de recordarlo todo, ya sea bueno o malo y, para eso, ya están los historiadores a quienes debe dejárseles efectuar su trabajo sin mediatizaciones gubernamentales. Pero ahora parece que solamente hay que recordar las barbaridades represivas de uno de los bandos que, no por innegables, pueden servir para santificar al otro, como si su conducta hubiera sido un cúmulo de perfecciones, minimizando hasta la insignificancia quemas de conventos, sacas de cárceles, checas, asesinatos de los enemigos políticos, incluyendo las matanzas de curas, monjas y frailes. Es decir, se hace justo lo que se critica. Si durante cuarenta años no hubo más muertos ni asesinados que los que pertenecían al bando nacionalista, ahora no hay más mártires que los que pertenecieron al bando rojo.
Y digo bando rojo sin rencor ni reticencia, sino porque llamarlo republicano es muy inexacto. Las barbaridades no las cometieron aquellos a quienes ahora se les quiere denominar bajo la rúbrica de bando republicano, sino quienes entonces, y a mucha honra, según ellos, se autodenominaban rojos (personalmente tengo memoria histórica de dicha denominación). Fueron pues, los rojos quienes asesinaron a eminentes republicanos, como lo eran Don Melquíades Álvarez, fundador del partido al que perteneció el propio Azaña, o Don Bernardo García Ruiz-Gómez, alcalde republicano de Avilés, por no hablar de Don Manuel Wes, un republicano liberal que desde el periódico que dirigía luchó siempre por la libertad de expresión y ello le valió los odios rojos y el consiguiente asesinato.
Por lo que atañe a la segunda transición y a la nostalgia de la república, parece bien claro que con el escaso y fútil pretexto de que la forma de gobierno republicana es más democrática que la monárquica, cosa harto discutible, se quiere instaurar la III República. Que nadie se llame a engaño. Las izquierdas aceptaron la monarquía instaurada por Franco de forma netamente provisional. El slogan de España mañana será republicana, junto con la bandera tricolor, campan ya por sus respetos en todo acto organizado por la izquierda más o menos radical, olvidando que la monarquía constitucional y consensuada prestó enormes servicios a la reconciliación de los españoles, cosa que también ahora se quiere olvidar a pesar de la memoria histórica. La estrategia democrático-izquierdista repetidamente aludida, cree llegado el momento de acabar con aquella provisionalidad para conseguir perpetuarse en el poder mediante un cambio de sistema, desde el que se pueda gobernar más cómodamente según su ideología. Valga como ejemplo la defenestración de Alcalá Zamora, arrojándole de la presidencia de la II República, porque era católico y conservador y convenía radicalizar más el sistema.
Todo ello, junto con la fragmentación del vigente mapa autonómico y la autodeterminación vasca y catalana y aún la gallega y la andaluza, procurará la vuelta a una situación prebélica que crispará cada vez más las ideologías que ya parecían, si no olvidadas, sí, al menos, serenadas.
Veremos lo que pasa, pero mi opinión es profundamente pesimista. Pienso que con esta campaña insensata, se están exacerbando los odios ya olvidados y, lo que es peor, se están dinamitando los fundamentos de nuestro Estado democrático de derecho, tan trabajosa y generosamente construido por cuantas fuerzas políticas, de derechas y de izquierdas, lograron realizar la transición.
Avilés, 18 de Julio de 2018