Sin arrogancia o excentricidad creo que soy uno de los pocos politólogos en España que sostienen la tesis de que nuestra democracia tiene pendiente su consolidación. He publicado varios artículos y ensayos preguntándome sobre el carácter “fallido” de un sistema que no obstante llevó a cabo una ejemplar transición política de la autocracia a la democracia, tras la muerte del dictador Francisco Franco (artículos en las revistas Debate Abierto, Libertad Digital y La Crítica, aparte del largo ensayo “La democracia en España: ¿la consolidación pendiente?”, en el libro homenaje al profesor Carlos Moya Valgañón, Lo que hacen los sociólogos, CIS, Madrid, 2007).
No estoy insinuando que en España no hay democracia, sino que la consolidación no se ha producido o, en otros términos, que nuestra democracia –como en muchos otros países de nuestro entorno- es imperfecta o de baja calidad. La partitocracia (que se puede describir como una corrupción de la democracia) con la crisis del bipartidismo y la quiebra de la autonomía en Cataluña son algunos ejemplos, y ambos problemas nos remiten precisamente al fenómeno político que representa Ciudadanos.
Desde una perspectiva populista de izquierdas –en lo único que los populistas de derechas pueden coincidir- el podemita de En Común Podemos Xavier Domènech (durante el debate de investidura del candidato a presidente de la Generalidad, Quim Torra, el 12 de Mayo) ha diagnosticado correctamente el problema que aqueja a Cataluña hoy: el legitimismo que representa Carlos Puigdemont, es decir, lo que irónicamente podemos llamar el Nuevo Carlismo. Un legitimismo/carlismo esperpéntico y ridículo, como diría el genial Albert Boadella, de Carlitos Puigdemont.
Creo que en toda España la primera y única reacción lógica y patriótica la ha tenido nuestro periódico La Crítica en un breve pero claro editorial: “El Estado español debe suspender indefinidamente la autonomía de Cataluña”. Amén.
Como es previsible, la reacción de nuestra partitocracia (PP y PSOE) y de todos los partidos anti-sistema de izquierdas (podemitas, comunistas, cuperos y batasunos) será evitar tal medida. Por tanto la única esperanza regeneradora, con todas las reservas que se quiera pero con el necesario realismo democrático-liberal, queda limitada a Ciudadanos, como partido político y como movimiento social.
El partido Ciudadanos está generando una reacción psicológica como movimiento emocional y racional de la ciudadanía que lo convierte en la única alternativa a la corrupción política y moral de nuestra joven democracia. A mi juicio encarna las expectativas, los deseos y el wishful-thinking, de que la democracia bajo el Imperio de la Ley y el sentido común todavía es posible en este atribulado país.
Como partido con una militancia de aluvión sin duda va a tener que confrontar y resolver múltiples casos individuales de oportunismo, pero lo importante es que se mantenga inmune ante la corrupción sistémica que ha anegado a la partitocracia. Es la única posición y el único camino que permitirá regenerar la democracia y lograr la consolidación pendiente.
La potencial importancia del fenómeno Ciudadanos consiste en que está llamado a pivotar y liderar el nuevo centro de gravedad que marcan las encuestas (el Centro-Derecha) en la política española, lo que significa que deberá construir una amplia coalición concurrente con el PP, Vox, los restos de UPyD, algunos pequeños partidos regionalistas leales a la Constitución, clubs liberales y redes políticas de la sociedad civil.
Al mismo tiempo debe adoptar con decisión y generosidad un liderazgo/coordinación, evitando el síndrome progresista del “centrismo equidistante”, y asimismo librando los lastres políticos del pasado de algunos de sus mentores y fundadores (particularmente los procedentes del PSUC y PSC en Cataluña, especialmente tóxicos).
En otras palabras, y sin miedo a ciertas denominaciones, desarrollar un movimiento populista de Centro-Derecha, democrático liberal y favorable a la economía capitalista. El único antídoto a la partitocracia, la corrupción, y las falsas alternativas de los populismos de izquierdas y anti-sistema.
Es fácil constatar que no es un problema únicamente español, y hemos asistido en años recientes a la proliferación de múltiples populismos en todas las latitudes, pero no debemos caer en la tentación de descalificarlos a todos como si fueran iguales.
La democracia más antigua y consolidada de Occidente, los Estados Unidos, desde los inicios del siglo XX con Teddy Roosevelt y el Partido Progresista hasta la Revolución Reagan ha explorado alternativas anti-Establishment a la partitocracia y la corrupción del Bipartidismo. El Tea Party y el trumpismo han sido las últimas y exitosas expresiones de un “populismo positivo” (en términos de Steve Hilton) o “populismo mainstream” (según Alain Minc). Este prestigioso analista francés empleó la expresión en referencia a la candidatura “transversal” de Emmanuel Macron y su movimiento En Marche!, pero es perfectamente aplicable a la candidatura de Albert Rivera y su partido/movimiento Ciudadanos. Fenómenos a los que me he permitido llamar, con una gota de ironía, consciente de las diferencias de estilos y culturas políticas de sus respectivos líderes, “trumpismo light”. Aunque, como en el caso del personaje de Molière que hablaba prosa sin saberlo, algunos políticos practiquen hoy el trumpismo sin saberlo.
Rivera comenzó su carrera política como opositor eficaz y con éxito a la deriva secesionista del catalanismo. La quiebra final de la autonomía en Cataluña, con el intento de Golpe de Estado permanente, la “agit-prop amarillista”, y la prevaricación en doble dirección facilitada por la pasividad del Gobierno de PP, le ha dado la oportunidad de dar el salto a la política nacional española.
Es una gran oportunidad histórica, pero debe corregir sin complejos las tentaciones progresistas, de “centrismo equidistante” y de estatismo neokeynesiano (promovido por ciertos asesores y escuelas desfasadas de economía londinense) que Ciudadanos ha exhibido en algún momento, fascinado con el falso espejismo de la reciente presidencia de Obama, icono de todos los populismos progres y podemitas (“Yes, We Can”), que llevó su partido Demócrata al desastre.
Un modelo que Ciudadanos no debe imitar, y espero que todos piadosamente olvidemos algunas ideas infantiles que Rivera propuso en su memoria política, con prólogo del obamita Juan Verde y título de resonancias poco recomendables, Juntos Podemos (Barcelona, 2014).