La Organización Mundial de la Salud acaba de hacer público un mensaje verdaderamente inquietante: el aire que respiramos es altamente nocivo para la salud humana, especialmente para los pulmones. La contaminación ambiental nos causa graves daños y está demostrado que, aparte de otras muchísimas enfermedades orgánicas, la incidencia del cáncer de pulmón aumenta de manera imparable y se está convirtiendo en una de las primeras causas de mortalidad entre la población mundial. Así que o se corrige la situación y limpiamos el aire o aquí no quedamos ni uno.
La culpa de todo, al parecer, la tienen el desarrollo económico junto con la imparable industrialización. Los humos de las fábricas, la contaminación que generan las calefacciones, las centrales térmicas y también la nucleares (que pueden explotar en cualquier momento matándonos a todos), los automóviles, las autopistas, la industria siderúrgica, la química, los aviones y, en general, todo aquello que ha contribuido al desarrollo de nuestra sociedad y al Estado del Bienestar y que traidoramente nos ha llevado a un Estado de Indefensión, arruinando de cabo a rabo los beneficios que nos proporciona la Naturaleza pura y situándonos de forma inexorable ante la enfermedad y la muerte.
Por lo visto, tenemos que renunciar a todo aquello que habíamos conseguido y que nos hacía la vida un poco más agradable, si queremos gozar de mejor salud de la que ahora tenemos. Y no parece que se nos ofrezca otra alternativa que volver a la tracción animal en el cultivo de los campos y en los transportes por carretera (desde luego sin asfaltar) al fuego de leña, a subir ocho o diez pisos sin ascensor, a renunciar a comodidades tan avanzadas como el aire acondicionado, al Ave y a los viajes rápidos, y para qué seguir enumerando tantas y tantas cosas que la Ciencia considera nocivas, a pesar de que es la propia Ciencia la que nos las ha proporcionado.
Podemos estar satisfechos de que la crisis haya destruido puestos de trabajo, ¿de qué nos quejamos? pues cuantos menos puestos de trabajo haya, menor sea la producción y por el contrario, mayor será la limpieza del aire. De este modo cuanto menor sea la investigación científica y el desarrollo social y urbano, mejoraremos exponencialmente nuestra salud.
Yo pienso con envidia en el hombre de las cavernas. Desde Atapuerca a Candamo, los habitantes de aquella época debían de tener una salud de hierro y, desde luego, eran completamente felices pasando frío, luchando contra el aire puro, contra las tormentas, contra los fríos y los calores y comiendo sabe Dios qué cosas, porque carecían de todo lo que hoy consideramos comodidades y que al parecer no son sino el caldo de cultivo de la enfermedad y de la muerte. .
Y, sin embargo, los pobres se morían mucho primero que ahora ¡qué contradicción! Con el aire incontaminado y con el esplendor de la naturaleza, sin preocupación por la ecología y sin otros instrumentos que sus brazos y sus piernas y con unas herramientas muy rudimentarias. Eso sí, morían con muy buena salud hacia los treinta años, no como ahora que llegamos a una media de vida de unos ochenta y estamos hechos una calamidad y, encima, tenemos que preocuparnos por los recortes con que el Estado inmisericorde castiga a la Seguridad Social, la cual se esfuerza tontamente en prolongarnos una vida sin salud.
Así que si Vd. tenía pensado comprarse un coche nuevo, quítese la idea de la cabeza, sea solidario y contribuya a que el aire está cada vez más limpio. Cómprese un carro y un burro