Juan Manuel Martínez Valdueza

Pánico no, decepción sí

El Congreso de los Diputados vacío durante un pleno

23 DICIEMBRE 2017

Juan M. Martínez Valdueza | Sábado 23 de diciembre de 2017

Dicen algunos analistas de la situación política actual (editorial de El País, 23.12.17) que no debe cundir el pánico entre la ciudadanía española...

(...) Desventurado complejo de inferioridad de nuestra clase política que, queriendo ser más papista que el papa, nos arrastra por la inestabilidad retrocediendo en un día lo que nos cuesta avanzar diez años...



Dicen algunos analistas de la situación política actual (editorial de El País, 23.12.17) que no debe cundir el pánico entre la ciudadanía española –que ha visto cómo los independentistas catalanes se han vuelto a alzar con el santo y la limosna–, en la esperanza de que estos vuelvan al redil democrático y proporcionen una gobernabilidad viable dentro de las normas constitucionales y estatutarias vigentes.

Con independencia de que ese deseo voluntarista sea probable y que además se cumpla, que no lo es ni por lo tanto puede cumplirse, no es el pánico lo que planea sobre la ciudadanía, ni lo ha sido en ningún momento del recorrido del estrafalario “procés”.

Es, en mi opinión y también en la de otros quizá no tan significados como el editorialista de El País –pero opiniones tan válidas al menos como la suya–, la decepción el sentimiento que se ha consolidado en una gran mayoría de españoles que, cansados de todo este proceso y a pesar de las medidas tomadas por el Gobierno, ve cómo todo vuelve a empezar, con los mismos actores y en el mismo escenario, por más que en las elecciones del 21-D los cambios significativos operados en el lado constitucionalista se les quieran presentar como soportes de ese deseo, repito, voluntarista pero falaz.

El meollo de la cuestión, lo que desde la corrección política se ignora o en lo que no se hace hincapié, y que por otro lado es clamor en la calle de verdad, es la cuestionable legitimidad –por muy legal que sea– de que se admita por quien proceda –y está claro que son los propios partidos políticos constitucionalistas los que hacen y deshacen leyes y por tanto “legalizan” legitimidades– que actores contrarios a la propia esencia del modelo que nos ampara a todos puedan ir más allá de la libertad de expresión en la defensa de sus ideas, pasando con impunidad a luchar con nuestras armas y bagajes contra ese modelo. Es decir, contra todos nosotros.

La próxima imagen de un parlamento y un gobierno catalanes comandados por las mismas formaciones políticas y los mismos personajes que todos conocemos se hace incomprensible y es la demostración de que algo no va bien y es urgente cambiar.

No es pánico, no, lo que siente la ciudadanía. Es decepción con su clase política que una y otra vez nos somete a todos a tensiones y situaciones impensables en otras democracias de nuestro entorno. Desventurado complejo de inferioridad de nuestra clase política que, queriendo ser más papista que el papa, nos arrastra por la inestabilidad retrocediendo en un día lo que nos cuesta avanzar diez años.