Mary Pinchot Meyer (1920-1964), hija del millonario y progresista conservador -seguidor del Bull Moose Party de Teddy Roosevelt- Amos Pinchot, esposa del alto funcionario de la CIA Cord Meyer, y ella misma progresista y feminista pero de izquierdas, fue una amante secreta del presidente John F. Kennedy durante los dos últimos años de su vida. No fue la única pero sí, según parece, la más importante para él.
Quienes revelaran el affair en 1976, James y Anne Truitt, amigos y confidentes de Mary, declararon que entre enero de 1962 y el asesinato del presidente en noviembre de 1963, la pareja tuvo aproximadamente treinta citas (otros investigadores sostienen que la relación comenzó en 1961, y que las citas llegaron a ser más de cuarenta), generalmente en la misma residencia presidencial de la Casa Blanca durante los viajes y ausencias de la Primera Dama, Jacqueline Kennedy.
Como decía no fue la única. Hasta el magnicidio de Dallas mantuvo también relación, al menos, con una joven legalmente menor de edad, Mimi Alford, “becaria” en la Casa Blanca a la que desvirgó sin su consentimiento (¿posible caso de “statutary rape”?) y sometió a otras vejaciones. Mimi confesó en sus memorias que nunca la besó.
Su frialdad, por no decir incompetencia, en las relaciones sexuales ha sido corroborada por otras amantes suyas como Marilyn Monroe (que admitió estar “poco impresionada”), Jeanne Carmen (quien aseguraba que “no era bueno en la cama… era un hombre de dos minutos”), o Angie Dickinson (que ironizaba sobre “los veinte segundos maravillosos” con él).
No dudo que en el pasado otros presidentes y líderes políticos en otros países de nuestro ámbito occidental pudieron tener también conductas cuestionables en materia sentimental y de infidelidad matrimonial, pero todo parece indicar que JFK marca un punto de inflexión, un cambio cualitativo hacia un tipo de adúltero compulsivo y frío, con un comportamiento serial delictivo, de depredador sexual. Ann Coulter en su serie crítica sobre la cultura liberal en general y del partido Demócrata en particular, “The History of Sex in America” (hasta ahora, dos partes: Townhall, 24 y 29 de Noviembre, 2017), se olvida del caso JFK – su sucesor LBJ tampoco era manco- y destaca el del senador Ted Kennedy y el del presidente Bill Clinton como momentos claves en la cultura americana que ha degenerado y desembocado en el reciente escándalo en torno al productor cinematográfico Harvey Weinstein . Y en paralelo, sospechosa o presuntamente muchos otros, mayormente progres y demócratas en lo que Laura Ingraham ha descrito como una “Me-Too pandemia/circus”, de viejos y nuevos casos: Roman Polanski, Woody Allen, Oliver Stone, Bill Cosby, Dustin Hoffman, Kevin Spacey, Al Franken, John Conyers, Charlie Rose, Chris Mattews, Garrison Keillor, Matt Lauer, Geoffey Rush, Geraldo Rivera, Anthony Weiner, Trent Franks, Alex Kozinski (y se rumorea que una veintena más de congresistas), Roger Ailes, Bill O´Reilly, Roy Moore, James Levine, etc. Las pautas comunes han sido en algunos casos pedofilia y normalmente exhibicionismo o acoso con chantaje sexual. Asimismo, los escándalos de adulterio y prostitución han rodeado a múltiples figuras públicas, desde Martin Luther King y Jesse Jackson hasta el gobernador demócrata de New York Eliot Spitzer.
Me pregunto cuánto tardarán en llegar a España las denuncias a personalidades públicas por situaciones similares. Y sobre todo, ¿dónde han estado las feministas radicales de Estados Unidos y del mundo durante todo el tiempo transcurrido desde la presidencia de JFK?
Pero volvamos a Mary. Ejemplo de mujer bella, rica, liberada progre y celebridad política que fue capaz de seducir y enamorar al hombre más poderoso del mundo. Su eslogan vital, sin duda, fue el consabido “sexo, drogas y rock-and-roll” de la generación de los 1960s. Militante en el grupúsculo filocomunista ALP, siguió terapia sex-pol en la escuela de Wilhelm Reich. En 1962-63, durante su relación con JFK, visitó siete veces a Timothy Leary en el campus de Harvard para informarse sobre el uso del LSD. Su misteriosa y prematura muerte tuvo concomitancias dramáticas con la de iconos culturales y políticos de su época: James Dean, Marilyn Monroe, Elvis Presley,… los propios hermanos John y Robert Kennedy, o los líderes afroamericanos Malcolm X y Martin Luther King.
Mary fue asesinada con dos disparos certeros el 12 de Octubre de 1964 mientras paseaba sola por un sendero a orillas del río Potomac, cerca de su residencia en Georgetown (Washington DC). Su muerte nunca ha sido aclarada, aunque los expertos coinciden en que fue obra de un asesino profesional. El investigador Peter Janney, un fan de Mary y de Kennedy en su fase final presuntamente “pacifista”, insinúa que los autores de sus muertes fueron conspiradores de la CIA.
Lo dudo, al menos respecto al presidente. Pero en su libro (Mary´s Mosaic. The CIA conspiracy to murder John F. Kennedy, Mary Pinchot Meyer, and their vision for world peace, Skyhorse, New York, 2012) presenta ciertas pistas y datos acerca de la relación con Mary que resultan plausibles y sorprendentes, cuando no siniestras. Retomando investigaciones previas de R. Rosenbaum & P. Nobile (1976), Nina Burleigh (1998), Robert Greenfield (2006), y de Leo Damore (no publicadas), el autor afirma que Mary fue la líder de un grupo con otras siete mujeres influyentes en los círculos de poder de Washington DC que experimentaron con drogas (cannabis y LSD) para que sus parejas, esposos o amantes, modificaran su actitud rígida en los momentos álgidos de la Guerra Fría a favor de actitudes pacifistas.
Entre esas “siete magníficas” Janney se aventura a insinuar los nombres de Katharine Graham y Anne Charberlin, aunque sutilmente sugiere también los de Anne Truitt, y Cicely Angleton. El autor menciona a otra amiga poderosa de Mary, Clare Booth Luce, que también experimentó con LSD, pero su posición política era opuesta, conservadora, radical anti-comunista, miembro del partido Republicano y convertida al Catolicismo.
Lo curioso y extraño es que muchos de las parejas de ellas acabaran trágicamente asesinados o por suicidio (JFK, Phil Graham, James Truitt…). Suicidio voluntario o inducido, como también ocurriría con el prestigioso investigador del caso, Leo Damore.
Katharine Graham murió de un accidente en 2001, y Anne Triett asimismo morirá en circunstancias extrañas durante una operación quirúrgica en 2004. Otras –no sabemos el nombre de algunas de las siete– morirán en edad avanzada, llevando una vida retirada tras el asesinato de Mary.
Robert F. Kennedy, además de Attorney General (ministro de Justicia), por encargo de su hermano el presidente de hecho dirigía la CIA desde la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. En la misma Agencia James Angleton, esposo de Cicely, era el máximo jefe de contra-inteligencia o contra-espionaje, y Cord Meyer, ex esposo de Mary, un alto dirigente de las operaciones especiales. Dos hombres importantes en la vida de Katharine Graham, su esposo Phil Graham y el editor/director de su periódico The Washington Post, Ben Bradlee (precisamente cuñado de Mary), y asimismo Jim Truitt (esposo de Anne Truitt), parece que también tuvieron alguna relación de colaboración con la CIA.
Las intenciones de Mary y las siete magníficas, feministas radicales y “pacifistas”, de convertir para su causa a sus esposos o amantes mediante el uso artero del sexo y las drogas, no se compadece con la realidad pese a ciertos relatos progresistas. En concreto, el famoso discurso de JFK en la American University parece más bien una impostura para ocultar sus planes reales a finales de 1963: la ejecución del golpe de Estado en Vietnam del Sur en noviembre (con el asesinato de los hermanos Diem), y el proyecto de otro golpe de Estado en Cuba en diciembre (incluyendo el asesinato de los hermanos Castro), que en este caso el magnicidio de Dallas naturalmente frustró. Al respecto, véanse las obras casi definitivas, a partir de las memorias de Joseph A. Califano (Inside, New York, 2004), de L. Waldrom y T. Hartman (Ultimate Sacrifice, New York, 2005; y Legacy of Secret, New York, 2008), y de G. Russo y S. Molton (Brothers in Arms, New York, 2008).
Patéticamente, el legado de Mary y las siete magníficas parece más bien haber sido, como estamos viendo, la progresiva degeneración sexual de las élites políticas y culturales progresistas.