Francisco Ansón Oliart

Navidad, Santa Navidad

El árbol de Navidad del Vaticano

19 DICIEMBRE 2017

Francisco Ansón Oliart | Martes 19 de diciembre de 2017
La inmensa mayoría de los creyentes en España, son católicos. Así lo demuestran las encuestas, años tras año. De hecho, la Navidad se celebra, o al menos se relaciona, con la tradición católica...

La inmensa mayoría de los creyentes en España, son católicos. Así lo demuestran las encuestas, años tras año. De hecho, la Navidad se celebra, o al menos se relaciona, con la tradición católica. Bien sea con el belén o con el árbol, ambos de tradición cristiana. En efecto, en los países nórdicos se honraba al dios del solsticio de invierno adornando un árbol de hoja perenne, lo que llevó al evangelizador san Bonifacio, en el siglo Vlll, a unir en su predicación, la hoja perenne con el amor de Dios y a cristianizar esta costumbre, por lo que, el Árbol de Navidad es tradición cristiana más antigua que el Belén, cuya costumbre la inició san Francisco de Asís en el siglo Xlll. Por eso, incluso en los villancicos se habla de la santa Navidad.

En este sentido, resulta de actualidad decir algo sobre la santidad -debido a la importante Carta Apostólica, promulgada este mismo año por el papa Francisco-, y sus representantes más caracterizados: lo santos que han demostrado que es posible vivir plenamente el cristianismo y ser felices y hacer felices a los que les rodean, por su amor incondicional, por su entrega generosa a los demás.

Para Santo Tomás, la santidad es la disposición con la que el alma humana se une a Dios, tanto ella misma como en sus propios actos (Suma Teológica, ll-ll, q. 81, a.8). Es decir, se une a Dios que es Amor y realiza sus obras, sus actos, su relación con lo demás por y con amor.

Por lo que respecta a los santos, parece obligado hablar de ellos, dado que, como se dice, el papa Francisco ha abierto un nuevo camino, este mismo año, para ser reconocido por la Iglesia como santo.

El proceso para declarar a alguien santo es tan laborioso, tan riguroso que cubre todas las garantías humanas de su autenticidad. En primer lugar, se le debe reconocer el título de Siervo de Dios, que será aquel fiel católico del que se ha iniciado la causa de beatificación y canonización, lo que supone, en el lenguaje común, que esa persona ha muerto “en olor de santidad”. En un segundo momento, el título de Venerable se concede al siervo de Dios una vez que se promulga el Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes o sobre su martirio.

El tercer paso establece que una vez que la Iglesia considera que, desde el punto de vista humano y racional, no existe la menor duda sobre la santidad de esa persona, espera a que hable el Cielo, esto es, a que se produzca un milagro. En particular, para la beatificación de un Siervo de Dios no mártir (o sea, confesor, es decir, la persona que ha demostrado en su vida, con sus actos y obras, una coherencia constante con su Fe), se requiere un milagro; y otro más aún para la canonización, al igual que en el caso de un mártir ya beatificado. El milagro, por decirlo así, constituye el sello divino a la acción humana del martirio o de las virtudes heroicas de un Siervo o de una Sierva de Dios. Así, la beatificación es la etapa intermedia con vistas a la canonización, que ya permite venerar a esa persona en la orden religiosa, institución, pueblo o parroquia correspondiente, o lo que es lo mismo, es una veneración limitada al lugar o a la congregación relacionada directamente con el Beato.

Lo que se refiere al segundo momento, esto es, la heroicidad en las virtudes, parece una expresión tomada de la Ética a Nicómaco de Aristóteles que, quizá, se inspiró en el héroe de la Ilíada, Héctor, del que Príamo, al ver su valor, exclamó: “no parecía hijo de un mortal sino de un dios “. Esta heroicidad en las virtudes se constata, de manera exhaustiva, por los actos manifiestos del Siervo o Sierva de Dios, en el ejercicio de las virtudes teologales, las cardinales, que conllevan otras virtudes como la humildad, la paciencia, etcétera.

Con relación al tercer paso, para que exista un milagro es preciso que, tras el rezo pidiendo la intercesión de ese posible Beato o Santo, se produzca, por ejemplo, la curación inmediata de la enfermedad o desparezca el tumor, constatados por los médicos como incurable y que no recaiga en esa enfermedad o se reproduzca dicho tumor. Fue el Papa Pío XII quien en 1948 instituyó, una comisión médica encargada de examinar colegialmente, en los casos de curaciones supuestamente milagrosas, si se trata de una auténtica recuperación de la salud, y si esa sanación tiene o no explicación en virtud de las leyes naturales. Posteriormente Juan Pablo II en 1983, llevó a cabo una posterior reforma procesal, que contempla para los milagros, el examen por parte de dos peritos de oficio, la discusión en sesión médica, la valoración teológica, el debate de la Sesión Ordinaria de los Cardenales y Obispos y, finalmente, la ratificación por el Santo padre, que autoriza la publicación del decreto sobre el milagro.

En resumen, la curación en cuestión debe ser calificada por los médicos como científicamente inexplicable, que no puede explicarse por causa naturales al superar esas propias leyes naturales; y, así mismo, que esa curación se debe a la intercesión del posible Beato o Santo. De manera que si tras la beatificación de un mártir o de un confesor se le reconoce otro milagro, atribuido a su intercesión ante Dios, se llega a la canonización. La canonización es el acto con el que el Sumo Pontífice declara, de forma definitiva y solemne, que un fiel católico está en el cielo, intercede por nosotros ante el Padre y puede ser públicamente venerado por toda la Iglesia. (La casi totalidad de las ideas, relacionadas hasta aquí, tienen la garantía de estar reproducidas del Card. Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, de su libro, ¿Cómo y por qué la Iglesia proclama santos?, editado por PALABRA, este mismo año).

Un ejemplo de la dificultad de que un hecho, una curación, sean declarados como milagro es el de la Virgen de Lourdes. A lo largo de los años, desde que María se apareció primero a Santa Bernadette Soubirous en 1858 en la gruta de Lourdes, el santuario ha investigado casi 8.000 casos considerados en una primera instancia médica como milagros. Pues bien, desde entonces, únicamente se ha reconocido esa calificación a 69; y el último que se ha aprobado hace tres o cuatro años, lo fue después de 23 años de evaluación, para garantizar que no había existido recaída.

En el iter del martirio, debe dejarse constancia que, desde el primer genocidio de la Época Contemporánea por los “ilustrados” franceses, durante su Revolución, hasta nuestros días, se han producido varias persecuciones inhumanas contra los cristianos en el régimen comunista, en el nazi, en nuestra guerra civil,… al punto de que al siglo XX se le está considerando como el “siglo de los mártires

Desde que el papa Juan Pablo ll pidió que se determinaran, con datos, las violencias cometidas por los cristianos para pedir perdón por ellas, así como del número de los cristianos asesinados por su Fe, varios institutos se dedicaron a estas investigaciones. Los que investigaron la muerte de los mártires cristianos, difirieron en poco en sus resultados, publicados por Socci. Así, en 2001, Barret (fallecido en 2012) y su colaborador, Todd M. Johnson, comenzaron a recoger datos sobre el número de mártires cristianos, sean católicos, protestantes, anglicanos u ortodoxos, que todos creen en Cristo. El volumen de 2001 revelaba que estos mártires cristianos, en los primeros dos milenios, han sido unos 70 millones, de los cuales, 45 millones perdieron la vida en el siglo XX. Las discusiones que surgieron en estos años, desde que se publicaron esas cifras, han servido para confirmar el carácter riguroso de la investigación. El presente siglo, el siglo XXl, parece que puede superar en número de muertos cristianos, por el hecho de serlo, al del siglo pasado, el siglo XX.

Pasamos, pues, a la actualidad y a la importante novedad que supone la promulgación, el 11 de Julio de 2017, de la Carta Apostólica con la que el papa Francisco ha instituido el ofrecimiento de la vida, como “un nuevo caso del iter de beatificación y canonización distinto del caso del martirio y de la heroicidad de las virtudes”.

“Es cierto que el ofrecimiento heroico de la vida, sugerido y sostenido por la caridad, expresa una imitación verdadera, completa y ejemplar de Cristo y, por tanto, es merecedor de la admiración que la comunidad de los fieles suele reservar a los que han aceptado voluntariamente el martirio de sangre o han ejercido heroicamente las virtudes cristianas (los confesores que han vivido las virtudes, pero no han derramado su sangre, por su Fe).

Confortado por la opinión favorable de la Congregación para las Causas de los Santos, que en el Pleno del 27 de septiembre de 2016 estudió cuidadosamente si estos cristianos merecen la beatificación, establezco que se observen las siguientes normas.

Art.1: El ofrecimiento de la vida es un nuevo caso del iter de beatificación y canonización, distinto del caso de martirio y de heroicidad de las virtudes.

Art.2: El ofrecimiento de la vida, para que sea válido y eficaz para la beatificación de un Siervo de Dios, debe cumplir los siguientes criterios:
a) ofrecimiento libre y voluntario de la vida y heroica aceptación propter caritatem de una muerte segura, y a corto plazo;

  • b) relación entre el ofrecimiento de la vida y la muerte prematura;
  • c) el ejercicio, por lo menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas antes del ofrecimiento de la vida y, después, hasta la muerte;
  • d) existencia de la fama de santidad y de los signos, al menos después de la muerte;
  • e) necesidad del milagro para la beatificación, sucedido después de la muerte del Siervo de Dios y por su intercesión.
  • (https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/07/11/hac.html).

    De manera que resulta más propio y asequible iniciar el proceso de beatificación y canonización, para los cristianos corrientes que, ante el diagnóstico de una muerte cierta, ofrecen su vida por alguien o algo que se ama, así como haber ejercido, “por lo menos en grado ordinario, las virtudes cristianas”, con ofrecimiento de la vida por la persona o institución que se ama.

    Se dice esto, porque, hablando con los amigos y yo mismo, por experiencia personal, relativamente reciente, he conocido de un amigo, buen cristiano, con enfermedad terminal que ofreció su vida por amor a la Iglesia y a una “partecica” de la misma con la que estaba especialmente unido; y de otro, también buen cristiano, que, con un cáncer de huesos en fase muy avanzada, ofreció lo poco que le quedaba de vida, por la conversión de su hijo menor y apenas un mes después del fallecimiento de mi amigo, su hijo mayor me dijo que su hermano pequeño, después de más de 10 años sin confesarse, lo había hecho.

    Esto días que vienen son, para muchos, días familiares, entrañables, de amistad, de alegría, de amor y de buenos propósitos dictados por ese amor y cariño, que es lo verdaderamente importante, sobre todo, después de la Carta Apostólica del papa, que hace más real, junto a esos buenos cristianos –mujeres y hombres, madres y padres, hermanas y hermanos, amigas y amigos- que nos rodean, decir o mejor cantar: NAVIDAD, SANTA NAVIDAD.

    Francisco Ansón