Estimado Pablo: Aunque, según creo recordar, fui profesor tuyo de una asignatura sobre el sistema político de los Estados Unidos –asignatura que personalmente apoyé que se incluyera en el plan de estudios de la licenciatura en Ciencias Políticas...
Estimado Pablo:
Aunque, según creo recordar, fui profesor tuyo de una asignatura sobre el sistema político de los Estados Unidos –asignatura que personalmente apoyé que se incluyera en el plan de estudios de la licenciatura en Ciencias Políticas–, creo que no fuiste alumno mío en otra asignatura que enseñé durante casi tres décadas, Ideologías Políticas, en la que dedicaba bastantes clases a un análisis histórico y politológico, lo más riguroso y objetivo posible dentro de mis capacidades y el tiempo disponible, del fascismo.
Otros compañeros, colegas tuyos –y alumnos míos– de aquellos años, ahora también en la pomada política, lo recordarán: Ignacio Cosidó, Javier Fernández-Lasquetty, Rafael Simancas, Juan Carlos Monedero, Ariel Jerez (Carolina Bescansa, creo, fue alumna mía en Doctorado), Rita Maestre, Ramón Espinar… Incluso la infanta Cristina de Borbón y Grecia.
Modestamente, he dedicado al topic como dicen los americanos muchos años: desde mi tesis doctoral en 1976 (que se plasmó parcialmente en dos libritos publicados) y aproximadamente una veintena de artículos y ensayos hasta la fecha. Pero lo importante no es lo que he escrito sino lo que he leído en cuarenta y seis años de profesor universitario. Creo que todo ello me cualifica como un humilde “especialista” español en la materia.
Nunca me propuse escribir una obra sistemática y general sobre el fascismo porque, entre otras razones, ya existen varias excelentes, y entre ellas la de mi maestro y adviser en la Universidad de Wisconsin, Madison, mientras investigaba para mi tesis doctoral, el historiador e hispanista Stanley G. Payne. Autor de varios libros sobre el fascismo en general y el falangismo/franquismo en particular –como ha reconocido el escritor y fascistólogo Jonah Goldberg– Payne es probablemente el máximo experto vivo, especialmente con su enciclopédica obra, de obligada referencia, Historia del Fascismo, 1914-1945 (Planeta, Barcelona, 1995; edición en inglés: A History of Fascism, 1914-1945, University of Wisconsin Press, Madison , 1996).
Permíteme, Pablo, que te dé una pequeña clase “diferida” (más vale tarde que nunca), en tono coloquial pero con fundamentos académicos, sobre el fenómeno de que hablamos. Pero, eso sí, te ruego no caigas otra vez en la vulgaridad de usar el adjetivo fascista, como ha sido característico de las izquierdas, como mero insulto político.
No voy a proponerte ninguna definición, y este espacio en el que escribo tampoco permite largas disquisiciones. Podría usar distintos enfoques, pero voy a adoptar uno que te resultará familiar por tus querencias ideológicas marxistas-leninistas. Los autores que cito pertenecieron a ese movimiento en el que tú has militado o militas (ignoro los matices de tu evolución personal hasta la fecha). Aunque algunos renegaron finalmente del mismo, todos conocieron muy bien la teoría y la práctica de lo que históricamente se implantó, precisamente hace ahora cien años, en Rusia: el comunismo.
Lenin ya intuyó en 1912, en un artículo escrito para Pravda en el exilio suizo, que Mussolini –elegido líder del socialismo italiano en el congreso de Reggio Emilia– era lo más parecido a un bolchevique en Occidente. Mussolini a su vez imitará a Lenin en 1922 al conquistar el poder por métodos extraparlamentarios (para ambos episodios, véase Paul Johnson, Modern Times, Weidenfeld & Nicholson, London, 1983).
En 1934 Stalin sorprenderá a sus camaradas en el vértice del poder soviético por sus comentarios admirativos hacia Hitler (“Nuestro colega Hitler… ¡Espléndido!”) con motivo de la matanza de opositores nazis en la Noche de los Cuchillos Largos (véase Simon Sebag Montefiore, Stalin. The Court of the Red Tsar, Weidefeld & Nicholson, London, 2003) y en correspondencia en años posteriores le felicitará por su “decidida brutalidad revolucionaria” anti-burguesa (P. Johnson, ob. cit.).
Stalin fue un maestro, a través de la Komintern, en aplicar propagandísticamente el calificativo fascista, más bien como insulto, a fenómenos políticos muy diversos: “socialfascistas”, “anarcofascistas”, “liberalfascistas”… finalmente a los propios opositores comunistas durante el Terror (Procesos de Moscú, liquidación del POUM en España) entre 1935-38. En su permanente batalla contra Trotsky, el concepto de “Socialismo en un solo país” desde 1924, combinado con el nacionalismo gran-ruso, se aproximaría notable y progresivamente al “nacional-socialismo” de los fascistas y nazis. Así lo percibió claramente Trotsky en su obra clásica La Revolución Traicionada (1936), en la que afirmó que el estalinismo y el fascismo eran sistemas simétricos.
El pacto Totalitario Hitler-Stalin de 1939 resultó inevitable. El término totalitarismo había sido empleado en 1918 por Alfons Paquet en referencia a la dictadura de Lenin en Rusia; aunque había importantes diferencias, en 1923 lo empleará Giovanni Amendola referido a la dictadura de Mussolini en Italia.
Desde 1939, dos importantes intelectuales americanos de inspiración trotskista pero ya ex comunistas, James Burnham y Max Eastman, elaborarán un análisis comparativo y una teoría del Totalitarismo a partir de los dos sistemas más radicales y criminales, el comunismo y el nazismo. Max Eastman en su obra Stalin´s Russia (1940) y James Burnham en The Managerial Revolution (1941), ofrecen esquemas interpretativos que con matices y distingos asumirán un gran número de historiadores, sociólogos y politólogos hasta nuestros días.
Fundamentalmente el comunismo y el fascismo comparten un mismo rechazo del capitalismo, la cultura burguesa occidental, el sistema democrático parlamentario y los derechos y libertades individuales. Su preferencia por un fuerte estatismo, la dictadura, el partido único, la policía política, los campos de concentración, incluso el anti-semitismo y la represión de las minorías, etc., son comunes. Las ideologías políticas respectivas se relativizan en función de su utilidad para el poder y, como consecuencia, se reducen a una exaltación del líder carismático y un populismo para consumo de las masas. Nada hay, por tanto, de “derechas” en el fascismo/nazismo.
Pablo, espero que estas notas te sean útiles en el futuro para que tú y tus colegas empleéis el término fascismo con mayor rigor, y dejéis de usarlo gratuitamente, como cuando siendo adolescentes hacíais en las asambleas de la Facultad, desinformados o manipulados por algunos profesores progres, emulando a Stalin y la “agit-prop” de la Komintern.