En 2017 celebramos el centenario de la segunda y definitiva edición, corregida y muy ampliada, del libro de Julián Juderías, La Leyenda Negra (Araluce, Barcelona, 1917), cuyo impactante título se convirtió también en todo un género histórico-literario.
Parece que ya en 1899 Emilia Pardo Bazán empleó la expresión “leyenda negra” en una conferencia en Paris, y asimismo en 1909 lo haría Vicente Blasco Ibáñez en otro acto similar en Buenos Aires. Pero la obra de Juderías, originalmente aparecida en la revista La Ilustración Española y Americana (Madrid, Enero-Febrero 1913) y como libro en la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Madrid, 1914), es la que popularizó dicha expresión que muchos historiadores y ensayistas han asumido positivamente como criterio, enfoque y método críticos contra las falsedades, omisiones y exageraciones acerca de la historia española.
Independientemente de la mayor o menor erudición en los diversos autores destacaría entre los más importantes, en mi opinión, a Rómulo Carbia, Philip Powell, Julián Marías, David J. Weber, Ricardo García Cárcel, Iván Vélez, María Elvira Roca Barea, y mi admirado maestro Stanley G. Payne, del que acaba de publicarse un magnífico libro titulado En defensa de España: desmontando mitos y leyendas negras (Espasa, Madrid, 2017), que ha merecido justamente el Premio Ensayo Espasa del año.
La última expresión de la Leyenda Negra antiespañola la estamos viendo, si bien en forma de sainete, opereta, esperpento o astracanada (paradójicamente muy típicos de la, más que “negra”, de la España provinciana y paleta) en el independentismo catalán, que ahora está comparando a la Justicia con la Inquisición, y a la Constitución y gobierno españoles con el franquismo. Sus palmeros internacionales desde hace mucho tiempo han sido notorios tontos políticos, tontos útiles legendarios, con mayor o menor intensidad en su catalanismo hispanófobo en el ámbito del hispanismo progre (Pierre Vilar, Herbert Southworth, Harold Bloom, John Elliott, Paul Preston, etc., y algunos que tuve que sufrir personalmente en Harvard, como los profesores John Coatsworth y Bradley Epps). Aunque no han faltado recientes productos nacionales, asimismo con diferente intensidad y calidad en el atontamiento (algunos ejemplos: Ramón Cotarelo, Jorge Verstrynge, Pablo Iglesias, etc., en la universidad; Enric Juliana, José María “Chema” Crespo, Antonio García Ferreras, etc., en los medios de comunicación).
La saga/fuga del ex presidente Puigdemont en la “capital europea” Bruselas (precisamente en Flandes, donde fructificó históricamente la Leyenda Negra), a mi juicio justifica retrospectivamente –hasta cierto punto- el Brexit de los británicos y la desconfianza de los norteamericanos que hoy encarna el fenómeno Trump respecto a esta “Eurolandia”. Comparar estos fenómenos tan genuinos de la cultura política liberal anglo-americana con los disparates de los separatistas catalanes (u otros populismos europeos como el de Podemos en España o el Frente Nacional en Francia), no solo es erróneo, producto de la ignorancia, es también una idiotez, aunque lo digan intelectuales de la cuadra PRISA como Javier Cercas, Antonio Elorza, u otros.
Por cierto, con algunas excepciones, en el PP, FAES, Ciudadanos y Libertad Digital tampoco se han librado de comparaciones similares, y en concreto tontos oficiales del PP como García Margallo, Dastis y Méndez Vigo son letales. El arielismo -antiamericanismo de la generación del 98- que Emilia Pardo Bazán asumió y asoció a la “leyenda negra”, aunque sutilmente sigue rampante en España.
Pero en el río revuelto algunos pescadores hábilmente obtienen ganancia. Son los que postulan su particular “leyenda dorada” (expresión de Emilia Pardo Bazán) o “leyenda rosa” (expresión de David J. Weber). Por ejemplo, el escritor Javier Cercas, quien ante las dos crisis más graves de la democracia española en su corta historia (el 23-F y el separatismo catalán) nos ha ofrecido sus personales y rentables interpretaciones.
En su “novela” sobre el 23-F, presuntamente basándose en casi un 80 por cierto en las investigaciones de Jesús Palacios, tergiversándolas y desinformando llega a la conclusión que fue un “golpe militar”, exculpando a los partidos, en especial los de izquierdas, y afirmando que el Rey Juan Carlos salvó la democracia, tesis muy cara a la confederación PRISA-PSOE.
Este mismo escritor acaba de publicar un artículo en el periódico francés Libération en que, por supuesto, critica post-facto el intento golpista de Puigdemont y los separatistas catalanes, pero sin venir a cuento y creyéndose el Aristóteles de nuestro tiempo en posesión del más elevado conocimiento comparativo de la política mundial, afirma: “Es el último de los latigazos, quizá el más grave, del populismo nacionalista que engendró a Trump o el Brexit”. ¡Hala, que se enteren millones de votantes británicos y estadounidenses! Pero se olvidó mencionar a otros populismos demagógicos: ERC, CUP, Convergentes, Podemos, Comunes, los comunistas, algunos socialistas y sus aliados radicales, que tienen más que ver con el separatismo catalán y son muy anteriores a Trump.
Como se ve, el provincianismo tonto y paleto en política no es solo un problema de nuestros políticos, sino que está también muy extendido en los periodistas y escritores (aunque escriban muy bien y reciban muchos premios). Si bien aparentemente están contra la Leyenda Negra, algunos escritores como Cercas, muy valorados –me consta- por el hispanismo norteamericano, no contribuyen a superarla refugiándose en sus particulares leyendas “doradas” o “rosas” de la Corrección Política y de un progresismo europeísta antiamericano.
Philip Powell ya advirtió que España y los Estados Unidos eran las únicas naciones que han sufrido una Leyenda Negra. Y Julián Marías insinuó que mucho europeísmo era en realidad antiamericanismo.
Casualmente he estado leyendo o releyendo estas últimas semanas algunos estudios sobre el genial y ejemplar catalanista Francesc Cambó, probablemente la personalidad intelectual y política más destacada en toda la historia de Cataluña, y en cierto modo el político más moderno, inteligente y competente de la España del siglo XX.
Hace cien años, en 1917, cuando se consolidaba la teoría de la Leyenda Negra (básicamente, la envidia de algunos extranjeros por el Imperio español), Cambó le confesó a Unamuno en la Plaza Mayor de Salamanca, que la envidia política española había nacido en Cataluña. Años antes había admitido también que algunos políticos catalanistas, que equivocadamente se consideraban a sí mismos “federalistas” (en realidad sinalagmáticos o krausistas a favor de una utópica Confederación) eran “políticamente tontos”.
Fue también Cambó quien inspiró la metáfora del “oasis catalán”, tesis de la Lliga Catalana difundida por Manuel Brunet (en un artículo de La Veu de Catalunya, 4 de Marzo, 1936), y que junto a las sucesivas y sangrientas crisis desde la Semana Trágica hasta la Guerra Civil, inspirarían otra y menos amable percepción de Cataluña y la capital Barcelona por Ernest Hemingway como “una ópera cómica”, “el paraíso de todos los chiflados y revolucionarios románticos” (For Whom the Bells Toll, New York, 1940). Hoy es seguro que “oasis” y “paraíso” tienen otras connotaciones y significados en la política catalana.
Un biógrafo crítico de Cambó, el historiador Borja de Riquer i Permanyer, ha resumido la esencia de su pensamiento político en dos frases del líder catalán: la primera, “Sólo desde el Gobierno de España puede conseguirse y consolidarse la autonomía catalana”; la segunda, “Sin Cataluña en España no se puede gobernar” (“Francesc Cambó: una biografía necesaria y compleja”, Cahiers de civilisation espagnole contemporaine, 8, 2012).
Si tenemos en cuenta sus ideas liberal-conservadoras y autonomistas, el seny y la concordia de su catalanismo político, asimismo crítico de la Leyenda Negra antiespañola, comprobamos que desgraciadamente Cambó no tiene continuadores en la Cataluña de hoy.