De verdad que causan vergüenza, a la vez que justa indignación, los criterios que exponen Puigdemont y sus secuaces en extemporáneas declaraciones, tanto antes aquí en España, como ahora en Bruselas.
Se creen (o fingen creerse) injustamente perseguidos por las leyes españolas, leyes que ellos mismo votaron en su día y que sorprendentemente les permiten decir toda una serie de barbaridades.
Las últimas que han propalado en la Capital Comunitaria son verdaderamente bochornosas. Dice Puigdemont las siguientes perlas: "En España no se respetan los derechos humanos", afirmación que nos hace saltar los ojos de las órbitas, y para remate; "No tengo la posibilidad en España de tener un juicio justo".
Por eso, "valientemente" ha huido a Bruselas y se encomendó a un juez flamenco, porque, al parecer, en Flandes existe una mayor afinidad o complicidad -dígase como mejor se quiera- con el movimiento separatista, propiciada por su reciente historia de la no muy fácil convivencia entre flamencos y valones. Y de este modo, poniendo kilómetros por medio, ha dejado a sus compañeros de delito catalanes en manos de la vil justicia española que los mantiene en la cárcel por haber violado la ley principal de nuestro país, amparándose todos ellos en algo tan falso como que fueron democráticamente elegidos por el pueblo.
La legitimidad de la elección, que nadie pone en duda, nada tiene que ver con la legitimidad del ejercicio del poder, que es lo que todos ellos han violado cínicamente, arremetiendo contra la Constitución que primero votaron como ciudadanos y que luego, como cargos políticos juraron o prometieron cumplir y hacer cumplir.
Así pues, además de los cargos delictivos de Rebelión, Sedición y Malversación de caudales públicos, habría de imputárseles también el delito de Perjurio, del que ni siquiera la Fiscalía persecutora de los Derechos Humanos les ha imputado, pero que podría hacerlo.
Colma toda medida la manifestación del expresidente Puigdemont cuando le han exigido la devolución de los archivos de Salamanca, argumentándole que es la memoria de muchas personas que sufren por ello. Su respuesta no puede ser más obscena: "Nada me importa el sufrimiento de las familias, lo que me importa es que esos papeles desaparezcan para siempre". Todo un ejemplo de bondad, equilibrio y buenos modos...
En fin habría materia para seguir escribiendo miles de folios, pero ya me canso de tanto catalanismo estúpido y de tanta desvergüenza y solo quiero hacer dos consideraciones finales:
La primera es que ese escudarse tras la elección democrática que no dejan de invocar, tiene una respuesta muy fácil. "También Hitler fue elegido democráticamente". ¿Y qué pasó después?
Y la segunda es ridiculizar esa constante invocación al patriotismo catalanista, envolviéndose en la "estelada", como si fuera un escudo inexpugnable.
Tal conducta -ya lo dije otras veces- me recuerda la famosa frase del Dr. Jhonson, un ilustrado inglés del siglo XVIII que dijo: "El patriotismo es el último refugio de los canallas".
Así que aplíquense el cuento...
Fernando Álvarez Balbuena