Cuando el Ilustrísimo Juan Queipo de Llano, Obispo de Pamplona y luego de Jaén, ordenó la construcción del monasterio de la Encarnación para las madres Dominicas en Cangas de Tineo (actual Cangas del Narcea), nunca imaginaría que un acontecimiento en el año 1698 trastocaría los cimientos de la Corte de Carlos II “el hechizado” en la Villa de Madrid. Veinte años después de la fundación del monasterio “tres Esposas de Dios, de reconocida y virtud y muy probada capacidad” fueron espiritadas, endemoniadas, o eso hicieron creer a la corte del rey enfermo el padre Froilán Díaz, confesor del rey Carlos II y del inquisidor general, Tomás de Rocaberti.
Si no hubiera sido por el afán de protagonismo de Fray Antonio Álvarez de Argüelles, Vicario y Confesor en el monasterio endemoniado, el caso de las monjas de Cangas habría quedado intramuros. Este, hizo llegar al confesor del Rey y al Inquisidor General la certeza de que el demonio hablaba por boca de las tres monjas dominicas, y declaraba: que el Rey había sido hechizado cuando tenía catorce años mediante “Un chocolate en el que se disolvieron los sesos, para dejarlo sin gobierno. De las entrañas, para quitarle la salud. De los riñones, para impedirle la generación”, culpando a Doña Mariana de Austria, madre de la víctima, poseída de ambición por seguir gobernando.
Aquí subyace la importancia de la cuestión, política y religión, unidas de la mano. Influir en la corte en el momento en el que el rey se encontraba sin descendencia y entre los velos de la muerte, era de vital importancia. Nada importaba la forma de ostentar el poder, y que mejor manera que utilizar la superstición y el miedo al Diablo en aquel año 1698. Nada importó el final de las monjas o su nombre, de hecho muchas cosas se han dicho de ellas tergiversando la realidad. Por ejemplo, su desnudez por el monasterio no se refería a una desnudez del cuerpo físicamente entendido, sino a la desnudez de palabra; hablar intramuros en un convento de clausura era algo a lo que no se estaba acostumbrado y fue utilizado para dar más fuerza a la idea de que estaban endemoniadas, por historiadores e investigadores que no salen de lo escrito en el documento, no entendiendo la época de la que están versando.
Por suerte para el rey Carlos, en aquel momento no se llevó a cabo el remedio que el supuesto Diablo, la complacencia cortesana de Rocarberti, la mentecatez vanidosa de fray Froilán y la megalomanía mística del fraile asturiano querían aplicar al cuerpo ya deteriorado del supuesto hechizado. Paso a describir la poción que libraría al rey del hechizo procurándole bienestar y descendencia (no administrar sin supervisión):
“Ofrecerle una pócima de chocolate u otro líquido bebible, polvos procedentes de sesos y otros restos de ajusticiado”.
Actualmente puede parecernos algo fuera de nuestras entendederas pero si lo comparamos con lo que se le estaba suministrando al rey hasta el momento, creo que sigue la línea y la tendencia del año 1689 (nuevamente reitero la no administración del producto):
“Carlos II, rey de España y de América, tenía más de 30 años y había que darle de comer en la boca y no podía caminar sin caerse. De nada servían las palomas muertas que los médicos le ponían en la cabeza, ni los capones cebados con carne de víbora que sus sirvientes le metían en la garganta ni las meadas de vaca que le daba de beber ni los escapularios rellenos de uñas y de cáscaras de huevos que deslizaban bajo su almohada los frailes que le velaban el sueño. Dos veces lo habían casado y ningún príncipe había nacido de sus reinas, aunque ellas desayunaban leche de burra y extracto de hongos agánicos”.
De todo lo acontecido, casi no queda memoria, como de tantos otros hechos olvidados y perdidos en los archivos de nuestra vieja y dividida España. Sirva decir, en defensa de las monjas dominicas, que si había algún diablo estaba en manos de muchos de los hombres que acompañan este relato y no en ellas, que únicamente fueron utilizadas para fines de política y poder. Y si lo había, habría que preguntarle al Inquisidor General Tomás de Rocaberti fallecido al año siguiente de estos hechos por causas desconocidas. Casualidad que fue aprovechada por el confesor del rey fray Froilán Díaz para ocupar su lugar…
El monasterio de la Encarnación para las madres Dominicas en Cangas de Tineo (actual Cangas del Narcea)
El rey Carlos II en El Escorial