Hay palabras que se escapan de los diccionarios y adquieren personalidad propia. No se limitan a definir una idea, así diálogo no es sencillamente “plática entre dos o más personas, que hablan alternativamente”. Diálogo en la actualidad se ha convertido en un mito, en un dogma.
Es de aplicación a todas las actividades de la vida, es el motor de todos los éxitos y su ausencia causa de todos los males. Cuando la humanidad se enfrenta a algún desafío, siempre hay quien grita diálogo, diálogo y diálogo, sacrosanta palabra que todo lo resuelve. En este mundo lo normal es que en cualquier actividad humana se enfrenten intereses y que cada parte quiera defender los suyos, pero es preferible llegar a un acuerdo mediante el diálogo, cediendo cada uno lo necesario. Bendita palabra.
De la misma forma sirve para enaltecer a un amigo, “es una persona dialogante”, como para denigrar, “no admite el diálogo”; bienaventurado el primero y maldito el segundo. Todos, en todo momento presumimos de ser dialogantes, sobre todo los superiores con los inferiores, aunque impongan su santa voluntad. El que niegue poseer esta cualidad, con suerte, es tachado de fascista.
A los políticos siempre se les llena la boca con esta palabra, pero se les ve el plumero a la primera de cambio. Los parlamentos y congresos están creados para el dialogo, buscando el bien de los ciudadanos, pero como no es suficiente se organizan contactos y reuniones en horas extras, el caso es mostrar su espíritu dialogante.
Con motivo de las precampañas, campañas electorales y después, los líderes de los partidos y sus acólitos nos han dado muestras de lo que debe ser un dialogo. Empleando palabras de sencilla comprensión, como transversalidad, líneas rojas, etc. nos han convencido que todos solamente piensan en dialogar, que el contrario no tiene el menor propósito de llegar a él y que precisamente por su capacidad de diálogo pueden un día decir blanco y al siguiente negro, sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Pero aún queda otra demostración del correcto uso del diálogo, recurriendo a la ciencia ficción naturalmente. Cuando se afirma que se está abierto a dialogar con todos y sobre todo, que la culpa de la falta de diálogo la tiene el adversario político, pero que votará en contra, sin cambiar de opinión, es decir “no” es “no” y qué parte del “no” no se entiende. Para colmo se acusa al adversario de no querer dialogar. Viva el diálogo.
Hay otros políticos mucho más convincentes del poder del diálogo, son aquellos que quieren declarar la independencia, pero sin vuelta atrás, y el diálogo que propugnan y que no comprenden cómo se puede negar la otra parte, es el cómo llevar a efecto esta independencia de la forma que les salga más beneficiosa. El negarse a dialogar implica una postura despótica y obstruccionista.
Los diálogos de la Generalidad, el parlamento catalán y sus arrabales con el Gobierno y el Tribunal Constitucional son todo un poema, ejemplo para futuros dialogantes: Los primeros declaran la desconexión, el segundo le pide ayuda al tercero, que anula la declaración, y los primeros contestan que tararí que te vi, no hacen caso y todo sigue igual. De nuevo los primeros dicen que dan un paso más en su camino independentista, el segundo contesta que mucho ojo y el tercero les dice que vuelve a anular. Así se entiende la gente dialogando, tomar otras medidas entre personas civilizadas es totalmente improcedente.
Lo último, más reciente y digno de figurar en los anales de la historia resulta ser el acto en un teatro de los separatistas catalanes, declarando sus intenciones que por las buenas o las malas se van. Anunciando un ley de leyes que piensan promulgar para ello y un tal Sánchez le dice al Gobierno que tiene que dialogar con ellos.
También siempre me ha sorprendido la capacidad de diálogo de los sindicatos y la patronal. Cuando aquellos se deciden a organizar una huelga se reúnen con éstos, un día y otro día, pero a los acuerdos se llega siempre o casi siempre de madrugada. Será el cansancio o que la noche ilumina las cabezas, para llenarlas de sensatez, o acaso la amenaza de un huelga.
Qué se puede decir del diálogo entre un partido que ha ganado las elecciones sin alcanzar la mayoría y los pequeños partidos, que con sus escasos votos se la pueden proporcionar. En este caso el dominante es el más débil, que trata de sacar el máximo provecho y el resultado es conocido de antemano. Así es como se han potenciado los partidos nacionalistas con dinero, obras y concesiones
Otra muestra de la capacidad de diálogo está en las llamadas tertulias de radio y televisión, que nos rodean en el momento que el sufrido ciudadano decide reposar del ajetreo diario. En estas veladas de mañana, tarde o noche los periodistas y políticos muestran su capacidad de diálogo, hablando de todo, mostrando sus amplios conocimientos de todo, igual da que se trate del plan hidrográfico, que del nombramiento de un nuevo gobierno. Por eso más de uno pensamos que los males de la Nación es responsabilidad nuestra, porque si en lugar de votar a los partidos para que nos gobiernen, lo hubiéramos hecho a los doctos tertulianos, ya tendríamos resueltos los problemas que afligen a los ciudadanos.
Además los tertulianos, que para muchos debe ser su profesión, pues aparecen en dos o tres tertulias cada día, deben estar traumatizados, pues muy frecuentemente manifiestan que el asunto tratado “les preocupa mucho” y la constante preocupación debe influir en su estado anímico.
El único inconveniente está en que cuando dos o más tertulianos se han enfrentado ante una situación o problema, con opiniones diametralmente contrarias, nunca, digo nunca, se ha llegado a una conclusión de consenso; normalmente se han quitado la palabra unos a los otros, hablando a la vez, estén en turno o no. Había que devolverlos al colegio para que recordaran las lecciones de urbanidad. A todos se les ve el plumero de sus ideas o afiliación política y no se apean del burro, aunque indudablemente los hay más comedidos y más osados. Cuando hay público, los espectadores dan la razón con sus aplausos a unos u otros, también de acuerdo con sus ideas.
Sin entrar en sesiones de Cortes y otros organismos, como la ONU, se puede asegurar que reina el diálogo y gracias a él la humanidad progresa en paz, como en las conversaciones de paz de Siria u otros conflictos
En fin, puedo asegurar que si algún lector se siente disiente con lo que aquí está escrito, estoy dispuesto a dialogar sobre el asunto, pero certifico que no voy a cambiar de opinión.