En un momento clave de su última obra, The Fatal Conceit. The Errors of Socialism (La Arrogancia Fatal. Los Errores del Socialismo, meditada y escrita gradualmente entre 1978-85, publicándose por University of Chicago Press en 1988), F. A. Hayek abordaba el capítulo 7, que tituló Our Poisoned Language (Nuestro Lenguaje Envenenado), con una cita inicial de Confucio: “Cuando las palabras pierden su significado, el pueblo perderá su libertad.”
El término Conceit lo tomó Hayek de una frase de Adam Smith (“the overweening Conceit”), expresando la arrogancia de los intelectuales progresistas y socialistas, que en la misma dirección del neologismo Newspeak (Neolenguaje) en la distopía totalitaria 1984 de Orwell, evoca las pretensiones inquisitoriales de lo que hoy conocemos como la izquierdista vigilancia y falsificación del lenguaje, afectando a la realidad, o “Corrección Política”.
La palabra Totalitarismo es un ejemplo, entre muchos otros. Aunque inventada en referencia al Comunismo, durante mucho tiempo durante la Guerra Fría, en los ambientes universitarios e intelectuales progresistas, se aplicaba casi en exclusiva al Fascismo, al Nazismo y a las dictaduras derechistas. Por ejemplo, si consultamos el Diccionario de la RAE (vigésima primera edición, Madrid, 1992), curiosamente en la voz comunismo se evita su calificación de doctrina o sistema político totalitario; sin embargo se define al franquismo como “Movimiento político y social de tendencia totalitaria, iniciado en España durante la guerra civil de 1936-39, en torno al general Franco…”
Como veremos, antes de la Guerra Civil, durante la Segunda República entre 1931 y 1936, eminentes personalidades ya utilizaron el término Totalitarismo con bastante precisión, sin intenciones manipuladoras, antes de que su uso y abuso se generalizaran a partir de la Segunda Guerra Mundial, tras el Pacto Totalitario entre Stalin y Hitler en 1939.
Parece que el neologismo Totalitarismo lo empleó por primera vez en 1918 el corresponsal en Rusia del Frankfurter Zeitung, Alfons Paquet, referido al nuevo régimen soviético resultado, en sus propias palabras, del “totalitarismo revolucionario de Lenin” (cit. en Ernst Nolte, La Guerra Civil Europea, 1917-1945, Munich, 1987). Por otra parte Stanley G. Payne, siguiendo a Meier Michaelis, atribuye al liberal italiano antifascista Giovanni Amendola el uso del término en 1923, y señala que tanto Benito Mussolini como el comunista Antonio Gramsci lo asumieron entusiastamente en beneficio propio (cit. en S. G. Payne, El régimen de Franco, Madrid, 1987). Asimismo lo hará el Papa Pío XI durante su encuentro con el Duce el 11 de Febrero de 1932, asumiendo el “totalitarismo espiritual” de la Iglesia Católica (cit. en D. I. Kertzer, The Pope and Mussolini, New York, 2014), aunque más tarde el mismo Pontífice ordenará al Santo Oficio (la Inquisición) preparar sendos documentos en 1935 y 1936 de condena absoluta del Totalitarismo político (comunista, fascista o nazi).
Sin llegar a verbalizar el término Totalitarismo (la propaganda comunista será muy cuidadosa en evitarlo, aunque está sobreentendido en algunas elaboraciones teóricas leninistas de autores españoles como Andreu Nin y Joaquín Maurín) en España reflexionarán y aceptarán la validez explicativa del concepto de dictadura total o totalismo dos importantes escritores políticos liberales: Francesc Cambó (en sus libros En torno del Fascismo italiano, Barcelona, 1925; y Las Dictaduras, Madrid, 1929). En el último escribe: “En Rusia, la dictadura del proletariado vino a dar (…) todo el poder a los soviets”, y en Italia, “aplicando la fórmula de Lenin, todo el poder pasó a todo el fascismo.” Asimismo José Ortega y Gasset, que ya en 1919 advertía sobre el Gran Todo anulador del individualismo que se cernía sobre Rusia, con el peligro de la “rusificación de Europa” (especialmente en sus ensayos Sobre el fascismo de 1925; La rebelión de las masas de 1930; Un rasgo de la vida alemana de 1935; y en el artículo “En cuanto al pacifismo…”de 1937). En el último escribe: “Por lo pronto, vendrá una articulación de Europa en dos formas distintas de vida pública: la forma de un nuevo liberalismo y la forma que, con un nombre impropio, se suele llamar totalitaria.”
Incluso antes del advenimiento de la República, en los primeros manifiestos pre-fascistas o fascistas el lenguaje se aproxima al término y a la retórica totalista: José María Albiñana reclamará la “Conquista del poder público para el desarrollo total de nuestro programa (…) conjunción ideológica y ejecutiva de todas las actividades nacionales…” (Manifiesto-Programa del Partido Nacionalista Español, Madrid, 1930), y Ramiro Ledesma Ramos resume su “dogmática” en 17 puntos, siendo el primero “Todo el poder corresponde al Estado”: “Corresponde al Estado asimismo la realización de todos los valores de índole política, cultural y económica (…) Defendemos, por tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficacias.”(Manifiesto de La Conquista del Estado, Febrero de 1931). Posteriormente lo harán algunos “liberales” que eventualmente colaborarían con el fascismo y el franquismo, como José María de Areilza: “…el Estado ha absorbido, por decirlo así, toda la vida nacional (…) Se nos objetará por algunos ingenuos que lo expuesto lleva al Estatismo exagerado o a la Estatolatría divinizada” (en su artículo “Estado Nacional”, JONS, Septiembre de 1933).
Finalmente llegaron a usar expresamente el adjetivo totalitario antes de la Guerra Civil diversos autores, unos apologéticamente, otros críticamente. Ofrezco aquí una selección representativa:
1932
Onésimo Redondo: “El nacionalismo, por principio, y bajo pena de extinción, es un movimiento nacional totalitario, esto es, encaminado a dominar en la nación por completo” (“Ensayo sobre el Nacionalismo”, Igualdad, Valladolid, 29-Marzo-1932).
1933
Josep Pla: “Azaña ha encarnado de forma completa, de una manera mucho más acabada que cualquier otro político, el sentido totalitario de la revolución republicana triunfante” (“Don Manuel Azaña”, La Veu de Catalunya, Barcelona, 14-Enero-1933).
Onésimo Redondo: “Y el mundo pide hoy, por la naturaleza del Estado revolucionario de mucha naciones, España entre ellas, soluciones que en nuestro lenguaje nacionalista hemos convenido en llamar totalitarias. La juventud nacional tiene derecho a aspirar a un éxito así: totalitario” (“La tradición y el pueblo”, Libertad, Valladolid, 30-Enero-1933).
Miguel de Unamuno: “Cuando se oye que el Estado lo es todo, esos mismos liberales deben acudir contra ese Estado totalitario y ayudar a que se erijan Iglesias libres, confesiones liberales. Es deber de humanidad” (“El pecado de liberalismo”, Ahora, Madrid, 17-Febrero-1933).
Ramiro Ledesma Ramos: “Pero volvamos a la inmediatez española, a la urgencia nuestra. Reconocida la necesidad de la revolución totalitaria, lo imprescindible de un triunfo sobre las tendencias disgregadoras de los partidos y sobre la barbarie roja…” (“Hacia el sindicalismo nacional de las J.O.N.S.”, JONS, Noviembre de 1933).
Santiago Montero Díaz: “Anteponer esta cultura hispánica, común y totalitaria” (“Esquema de doctrina unitaria”, JONS, Diciembre de 1933).
1934
Miguel de Unamuno: “¿Serán los hombres religiosos los que al luchar por la libertad de conciencia luchen también en pro de la libertad política y resquebrajen y dividan la unidad del Estado totalitario? ¡Pues claro, hombre, pues claro!” (“Hombres macizos y masas humanas”, Ahora, Madrid, 13-Febrero-1934).
José Antonio Primo de Rivera: “Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria” (Norma programática de la Falange, punto 6, Noviembre de 1934).
1935
Roberto Lanzas (seudónimo de Ramiro Ledesma Ramos): “La revolución nacional española tiene hoy, entre otros, estos tres objetivos esenciales: Unidad moral de todo los españoles, vinculada en el culto a la Patria común. Creación de un Estado totalitario, provisto de autoridad, capacidad y ayuda popular amplísima. Nueva ordenación social-económica…” (¿Fascismo en España?, Madrid, 1935).
José Antonio Primo de Rivera: “…un esfuerzo desesperado para absorber a los individuos que tienden a dispersarse. Estos son los Estados totales, los Estados absolutos” (Discurso de clausura del segundo Consejo Nacional de la Falange, Madrid, 17-Noviembre-1935).
Sin entrar ahora en la discusión académica del significado de Totalitarismo, o en la polémica distinción Autoritarismo/Totalitarismo (véanse mis ensayos “Juan Donoso Cortés y la Teoría de la Dictadura” y “Autoritarismo y Totalitarismo”, ambos en La Crítica, Febrero de 2017), es interesante destacar la temprana incorporación al lenguaje político español del famoso neologismo, así como ver las diferentes acepciones, positivas (en los autores filofascistas de las J.O.N.S. y la Falange) y negativas o críticas (en los escritores liberal-conservadores como Unamuno, Pla, Cambó, Ortega y otros).