Los incendios intencionados en el Valle del Oza han destruido una parte de nosotros mismos...
El que prendió fuego sabía lo que hacía. Ese incendio fue controlado por el helicóptero “Lima 1” y los equipos de tierra, pero se volvió a reproducir al día siguiente un kilómetro más al Oeste...
Los incendios intencionados en el Valle del Oza han destruido una parte de nosotros mismos.
Digo intencionados porque al menos el primero de ellos, avistado en la mañana del día 18 –aunque algunos aseguran que se inició en la noche del 17 y que estuvo latente hasta que el sol y el viento lo avivaron–, se inició en la ladera Este de los montes de Bouzas, en una zona de urces (brezo para los que son de otras latitudes) en la que por su elevación y lejanía a carreteras, hace impensable que se haya producido por accidente y mucho menos por causas naturales.
El que prendió fuego sabía lo que hacía. Ese incendio fue controlado por el helicóptero “Lima 1” y los equipos de tierra, pero se volvió a reproducir al día siguiente un kilómetro más al Oeste. ¿Fue una reavivación del anterior o se trataba de un nuevo incendio para conseguir los propósitos frustrados por las brigadas de extinción? No lo sabemos. El hecho cierto es que a partir de ese momento, favorecido por el fuerte viento de levante, se desató el infierno y el fuego comenzó su devastación a lo largo de cinco días, devorando hasta el momento unas 2.500 hectáreas de la cara Norte de los Montes Aquilianos, llevándose por delante los valles que van desde Compludo hasta cerca de Las Médulas, con especial virulencia en el “Valle del Oza” –que da nombre a la zona “Valdueza”– y sus afluentes.
No ha habido desgracias personales y se han salvado los pueblos donde las brigadas de extinción –incluyendo la UME militar– se han hecho fuertes, pero el daño medioambiental y paisajístico es terrible. Hoy sábado el incendio está en el nivel 1, es decir, controlado pero con puntos calientes susceptibles de volver a arder si las condiciones lo propician.
Los medios empleados, helicópteros, aviones y personal de tierra –escasos a nuestro modesto entender teniendo a pocos kilómetros, en Tabuyo, una brigada de reserva para contingencias graves (BRIF) dependiente del ministerio (MAGRAMA)– no pudieron hacerse a tiempo con el incendio y mucho nos tememos que con sus varios frentes solo se extinguirá definitivamente del mismo modo que se extinguen los incendios que, como el de Castrocontrigo de hace unos años, se vuelven incontrolables: cuando se acaba el combustible.
Y digo de nosotros porque no es solo el monte lo que se destruye. Se destruye una parte de nosotros mismos, una parte de nuestra historia.
Si bien es cierto que La Tebaida –nombre dado a la zona, por aproximación a la del Alto Egipto, que en los primeros años del cristianismo estaba plagada de cenobios y lugares de recogimiento donde los eremitas se retiraban a orar y meditar– no ha llegado a ser declarada Patrimonio de la Humanidad, sí que alguno de sus pueblos lo ha sido como BIC (Bien de Interés Cultural) tanto por su historia y arquitectura como por la belleza paisajística.
El interés antropológico de la comarca, dejando a un lado los castros astures de tiempo inmemorial, se remonta a casi 1.500 años, en plena época visigótica donde, alrededor del Valle del Silencio, San Fructuoso y más tarde San Cómpluto, San Valerio o San Genadio, entre otros –excelentemente comentados por Pilar Riestra en este medio– fundaron monasterios y sitios de oración que fueron simiente de otros a lo largo de todo el reino. Joyas arquitectónicas como el templo románico de San Pedro del S.XIII o el mozárabe de Santiago del novecientos –este en excelente estado de conservación– son patrimonio berciano, leonés, español y mundial aparte de una extraordinaria fuente de ingresos por turismo para la comarca.
El daño medioambiental es asimismo irreparable a corto plazo. Si bien los piornales y brezales se recuperarán fácilmente, no ocurrirá lo mismo con las matas de robles, encinas, castaños y otros árboles de ribera que necesitarán muchos lustros para recobrar su belleza original. Eso sin contar con la destrucción de fauna autóctona, casi exclusiva, que ya estaba en peligro de extinción, entre la que destacan las falciformes y mamíferos acuáticos que tenían un paraíso en estos valles con desniveles poco comunes.
Sospechas sobre la autoría las hay de varios colores. Aunque una buena parte coinciden en que es por temas de pastoreo, incluso en las redes sociales se acusa a una familia en concreto. Hay que tener mucho cuidado con bulos o acusaciones sin pruebas que por otra parte serían fáciles de conseguir con la tecnología actual, que permite inundar nuestros montes con cámaras ocultas que con un coste ínfimo podían descubrir a los autores.
No sé si en este caso es por quemas intencionadas de los pastores para mejorar los pastos. Lo que sí puedo asegurar es que ha habido otros que sí lo han sido. Allá por los noventa, cuando yo era piloto de extinción en Cueto, la brigada que dirigía apagó un incendio incipiente a no más de 6 km en línea recta del origen del actual. En aquella ocasión, en la ladera sur del Valle del Cabrera. Solo se quemaron unos quinientos metros cuadrados por la rápida intervención de la brigada aerotransportada y porque, en aquel entonces, el sistema de despacho de los helicópteros era automático: bastaba con que un vigía de la zona o alguien avisara de humo para que el helicóptero despegara de inmediato con un grupo de brigadistas, con sus mochilas de extinción, a solucionar el problema antes de que fuera mayor. Tal vez el modelo actual debería copiar algo de aquella forma de trabajar.
Lo anecdótico de aquel incendio es que, una vez extinguido, se me ocurrió sobrevolar los alrededores pues, a la vista de la pequeña extensión, el autor no podía haber ido muy lejos dado lo inhóspito del paraje.
Efectivamente, como un kilómetro más abajo vimos un rebaño de ovejas sin nadie que las cuidara, lo que nos hizo sospechar y ampliar el radio de búsqueda. Tardamos poco en avistar a tres perros que miraban todos en la misma dirección, pero no veíamos a nadie. De repente uno de los brigadistas gritó: “¡En esa fuente hay un culo!”. Y efectivamente, el pastor con complejo de avestruz –y seguramente con pocas luces– había ocultado su cabeza en el hueco de la fuente dejando al aire sus posaderas en actitud suplicante, como musulmán cumplidor. Todo el rebufo del helicóptero no le hizo salir del agujero y, como allí no podíamos aterrizar, nos limitamos a comunicarlo a la central para que la Guardia Civil interviniera.
Nadie nos comunicó el resultado de aquella intervención y años más tarde me contaron que, con toda probabilidad, se trataba de un personaje conocido de Noceda de Cabrera y que efectivamente sus luces no iban más allá de las que yo había adivinado años atrás.
Hoy, con el dolor por esta devastación, no tengo ánimo para pedir responsabilidades por la mala gestión de los medios de extinción –ya habrá tiempo–. Tampoco para agradecer el trabajo de los profesionales que se juegan la vida apagando los incendios –también lo habrá–. Ni siquiera lo tengo para apuntar soluciones definitivas que, al margen de otras medidas, inevitablemente tendrán que pasar por incentivos para evitar la despoblación alarmante de la comarca.
Hoy, indignado por este atentado monstruoso, solo me quedan ánimos para maldecir al autor de esta fechoría, sea pastor interesado en hierba nueva o descerebrado congénito.
Y ruego al lector que se una a mí en esta maldición para que –por si… como decía Paul C Jagot en base a su «magnetismo universal»: Cuando muchas mentes al unísono reclaman una cosa, esa cosa realmente ocurre– al criminal de este atentado ecológico se le produzca un atasco en el tracto intestinal que le obligue a evacuar por la boca.
Solo hasta ahí, sin muerte por broncoaspiración, que uno no es tan degenerado. El resto de increpaciones e insultos díganselo ustedes. Yo no puedo. Google se ha vuelto tan “milindris” que si pones una “p” seguida de puntos suspensivos, te bloquea en los buscadores…
Lenny Flames