Quizá los tres símbolos más universales sean el círculo, el triángulo y la cruz (algunos añaden el cuadrado). El círculo es la imagen del disco solar del que proviene la luz, el calor, que representa el fuego, y que, en definitiva, permite la vida sobre la Tierra. Además, al cerrase el círculo sobre sí mismo, significa la unidad, la perfección, el Absoluto, Dios, que “es un Círculo que tiene su centro en todas partes y cuyo límite, cuya circunferencia, no está en ninguna”. (Hermes Trismegisto, nombrado, sobre todo, en la literatura ocultista como el sabio egipcio, paralelo al dios egipcio Tot).
El triángulo, fundamental en la geometría y en la “proporción áurea” o “proporción divina”, cuyos ángulos, al sumar 360 grados se identifica con el círculo, simboliza el número tres, el propio de la divinidad en su unidad: Dios, el cielo y la tierra; padre, madre, hijo; etcétera.
Nosotros relacionamos frecuentemente la cruz con el signo de “más”, propio de una suma, de una adición, o donde murió Jesucristo, pero la cruz constituye un símbolo universal a lo largo del tiempo. En efecto, ya existía en el neolítico europeo, así como en Mesopotamia y milenios antes del cristianismo en Egipto, la India, e incluso, sin fecha determinada, los primeros españoles que pisaron América, según cuenta Bernal Díaz del Castillo, encontraron numerosas cruces.
Dentro de estas interpretaciones parcialmente esotéricas que se vienen haciendo, la cruz inscrita en un círculo representa la totalidad de lo existente, de lo divino y lo humano, dado que sus cuatro ángulos suman también 360 grados y corresponden a los cuatro puntos cardinales.
Para los cristianos la cruz es su símbolo, que sintetiza en su figura la Redención del mundo. De hecho, es la señal del cristiano, dado que, como símbolo, integra toda la obra de Cristo y del cristianismo y constituye un memorial de la Pasión de Cristo, su patíbulo y el trono de su victoria.
El símbolo de la cruz es el que se venera, de manera muy especial, durante estos días de la Semana Santa: “La Cruz simboliza la inmolación espiritual y es signo ascético de penitencia y de unión con los sufrimientos de Cristo, fundamento y raíz de la alegría, consuelo y esperanza de los que sufren” (José María Gassó).
Aquí, en León, la cruz tiene una significación muy especial, puesto que Toribio de Astorga, trajo a nuestras tierras el mayor trozo de la cruz (lignum crucis) en la que murió Jesucristo.
Como se abe, fue santa Elena, la madre de Constantino, emperador de Roma, la que en el año 327, después de muchas indagaciones, encontró el lugar del Calvario y las tres cruces. Como en la del centro encontró el titulus (I.N.R.I.) y los agujeros de los clavos (ya que Jesucristo fue el único enclavado en la cruz, los otros dos atadas las muñecas al patibulum), determinó que ésta era la vera crux. Sin embargo, como el descubrimiento era tan importante, dice una leyenda desde el siglo lV, fundada en la Historia de la Iglesia, escrita hacia el 390, por Gelasio de Cesarea, discípulo de Eusebio de Cesarea (que se ha perdido) y la Historia de la Iglesia, de Teodoroto de Ciro. Que santa Elena decidió realizar una comprobación definitiva. Para ello, hizo llevar a una mujer tan gravemente enferma, que se la podía considerar moribunda y sosteniendo en vertical el patibulum de una de las cruces, como si fuera el stipes (el palo vertical de la cruz), le pidió que se abrazara a ella. La mujer con gran esfuerzo se abrazó, pero no se curó; lo mismo ocurrió con el segundo patibulum. Finalmente, santa Elena le acercó en vertical el patibulum que ella había determinado como el verdadero. La moribunda se abrazó con amor. Quedó curada completamente. Aquella, en efecto, fue la prueba definitiva. Santa Elena dividió la cruz en dos trozos: uno quedó en Jerusalén y el otro lo llevó a Roma.
Pues bien, la reliquia más grande, el mayor trozo de lignum crucis que existe en el mundo, “lo más verosímil es que fuese traída al mismo tiempo que los restos de Santo Toribio de Astorga, alrededor del siglo VIII. Según el P. Sandoval, cronista de la orden benedictina, esta reliquia corresponde al "brazo izquierdo de la Santa Cruz, que Santa Elena (madre del emperador Constantino, en el siglo IV) dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones. Está cerrada y puesta en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo". (https://es.wikipedia.org/wiki/Lignum_Crucis)
Por tanto, la Semana Santa que se celebra en España estos días, que tanto arraigo tiene en León, que tantos beneficios trae consigo, también económicos, y en la que se rinde un culto tan especial a la cruz, la señal del cristiano, ostenta, gracias a un leonés, un astorgano, el lignum crucis más representativo de la cruz donde murió Jesucristo.
Francisco Ansón