En el Comunicado de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN, celebrada los días 8 y 9 de julio pasado, se resaltaba que los aliados están unidos en su compromiso con el Tratado de Washington, los principios de la Carta de Naciones Unidas y el vital vínculo transatlántico.
También se mencionaba en dicho comunicado que la disuasión y la defensa, basadas en una apropiada mezcla de capacidades nucleares, convencionales y de defensa de misiles permanecen como un elemento esencial de la estrategia aliada. Una robusta postura de disuasión y defensa refuerza la cohesión aliada, incluyendo el vínculo transatlántico a través de una distribución de papeles, responsabilidades y de carga presupuestaria.
Por otra parte, el pasado 9 de noviembre, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, después de haber felicitado al presidente electo estadounidense y en una rueda de prensa con el presidente bosnio, expresaba su confianza en reunirse pronto con Donald Trump en su primera cumbre de la OTAN en 2017 para discutir el camino a seguir, especialmente, cómo reforzar el vínculo transatlántico y cómo todos pueden cumplir sus compromisos con la defensa colectiva en base a la idea de todos para uno, uno para todos.
En estos momentos en que las recientes elecciones estadounidenses del pasado 8 de noviembre ya han decidido que el empresario Donald Trumpo sea el nuevo inquilino de la Casa Blanca en los próximos cuatro (4) años, no resulta fácil hacer previsiones sobre el futuro del vínculo transatlántico toda vez que en la campaña electoral algunas declaraciones del próximo presidente estadounidense han sido, cuanto menos, sorprendentes y cuestionadas especialmente en lo que se refiere al aspecto de la seguridad y la defensa.
Postura estadounidense
En algunos círculos estadounidenses se piensa que los europeos son plenamente capaces de defender sus propios intereses sin ayuda de Estados Unidos y los beneficios subordinados para Washington de la cooperación militar, tales como el acceso a bases, no requiere la extensión de las garantías de seguridad. No entienden como 320 millones de estadounidenses tienen que garantizar la seguridad de 500 millones de europeos con el nivel de vida y de bienestar social más alto del mundo.
También manifiestan estos círculos que el hecho de que Washington haya defendido a países durante décadas no significa que deba continuar haciéndolo así indefinidamente, cualquiera que sean los costes. Las alianzas deben de ser un medio para alcanzar un fin más bien que un fin en si mismas y, en este caso, ese fin deberá ser incrementar la seguridad de Estados Unidos.
Después de la II Guerra Mundial, Washington no tenía otra opción que proteger a los países aliados. Pero esa justificación desapareció hace tiempo. En su opinión, Washington debería disminuir los compromisos que no sean necesarios para la seguridad de Estados Unidos. Haciéndolo así no solamente ahorraría gastos a Estados Unidos sino que, además, haría al país más seguro.
En sus comentarios en la campaña electoral, Donald Trump mencionaba los altos costes que tenían los compromisos exteriores de Estados Unidos. Se quejaba de que los países aliados habían roto sus promesas de incrementar el gasto militar. Llegó a decir en el New York Times, en marzo pasado, que la OTAN era injusta con Estados Unidos ya que, en realidad, Estados Unidos aportaba un desproporcionado porcentaje de los gastos a la Alianza.
Por otra parte, Washington suministra una cuota de capacidad de combate de la OTAN, con unos gastos de defensa estadounidenses que suponen el 73% de los gastos totales de la Alianza. Incluso cuando los europeos contribuyen con tropas de combate a una misión de la OTAN, como en Afganistán, utilizan caveats - condiciones limitativas - para restringir el empleo de dichas fuerzas cuando vayan a combatir.
El precio de cualquier particular compromiso es difícil de evaluar. De acuerdo con Benjamin R. Friedman, del Instituto Cato, Estados Unidos podía ahorrar anualmente hasta 150 billones de dólares - la cuarta parte de sus gastos actuales en defensa, 600 millones - adoptando una postura menos activa. Señala que el deseo de EEUU por la primacía requiere una gran fuerza militar, con unidades permanentemente desplegadas en Europa, en el Este de Asia y en Oriente Medio, y con la capacidad de atacar rápidamente en cualquier lugar con fuerzas terrestres, aéreas y navales. Haciendo menos reduciría significativamente las fuerzas requeridas.
Situación actual del vínculo transatlántico
El asunto del vínculo transatlántico no es de ahora. Varios presidentes estadounidenses ya se habían quejado de los excesivos gastos de su país en la Alianza en comparación con la escasa aportación de los europeos cuando estaba en cuestión su propia seguridad. En realidad, Europa ha vivido prósperamente los últimos 70 años mientras Estados Unidos le garantizaba su seguridad.
Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos llegaron a tener más de 400.000 soldados desplegados en Europa. En el día de hoy, apenas hay algo más de 100.000 efectivos militares asignados al continente y 35.000 de ellos asignados en forma de despliegues rotativos.
Aunque la OTAN haya ganado 12 nuevos miembros desde 1990, su total gasto militar, excluyendo el de Estados Unidos, ha disminuido desde 332 billones de dólares en 1990 a 303 billones de dólares en 2014 medidos en dólares constantes de 2011, de acuerdo con el Instituto Internacional de Paz e Investigación de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés).
Por otra parte, mientras los países del Este de Europa como Polonia o los países bálticos tienden a ver a Rusia como la más inmediata amenaza a su seguridad, otros estados más cerca de las turbulencias de Oriente Medio y del Norte de África, ya sea Francia. Grecia, Italia o Turquía, contemplan la crisis de los inmigrantes como un riesgo o amenaza de mayor presión.
Para hacer frente a los riesgos y amenazas mencionados, con los altos costes de desarrollo y adquisición de sistemas avanzados de armas que puedan detener a Rusia, muchos países de la OTAN están investigando en fuerzas designadas simplemente para una defensa territorial limitada y en seguridad interna. Y como consecuencia de que la postura militar de la OTAN requiere el acuerdo unánime de todos los 28 estados miembros, la reforma de las fuerzas europeas constituye un lento y complejo proceso.
Sin embargo, los Estados Unidos y la OTAN reconocen que la vecindad europea ha cambiado y han comenzado a actuar. En el mes de junio de 2014, el presidente Barak Obama anunció la Iniciativa de Seguridad Renovada Europea - European Reassurance Initiative (ERI) en inglés - que es un esfuerzo para demostrar el compromiso estadounidense con la seguridad e integridad territorial de los aliados europeos ante la intervención de Rusia en Ucrania. Dicha iniciativa ha supuesto un gasto estadounidense de 985 millones de dólares en 2015 y 789 millones en 2016.
El año pasado, los gastos de los países europeos miembros de la OTAN cayeron levemente un 0,3%. Este año, ha habido un pequeño repunte. Nadie espera un sostenido y sustancial incremento. A pesar de esta ilógica posición europea, la administración Obama ha propuesto cuadruplicar para el año 2017 los gastos militares en Europa hasta 3.400 millones de dólares como parte de la European Reassurance Initiative.
La ERI incluye las actividades de continuo incremento de presencia militar estadounidense en Europa, ejercicios y entrenamiento adicionales, a nivel bilateral y multilateral, con aliados y con socios; mejorar la infraestructura para permitir una mejor respuesta ante las nuevas necesidades; acrecentar el equipo estadounidense preposicionado en Europa e intensificar los esfuerzos para construir mayor capacidad para los nuevos miembros y otros socios.
Mirando al futuro
Es verdad que las declaraciones de campaña de Donald Trump respecto a las aportaciones de Estados Unidos a la OTAN deben plasmarse en decisiones que las hagan efectivamente reales pero también es cierto que Europa tiene que hacerse cargo de su propia seguridad y defensa como le corresponde a cualquier agente estratégico y mucho más si quiere ser un actor internacional con influencia en las decisiones mundiales.
Para ello, la Unión Europea debe cambiar su planteamiento de seguridad y defensa más pronto que tarde. El plan de aplicación sobre la seguridad y defensa europea presentado a los ministros de Exteriores y de Defensa, por la alta representante de la Política Exterior y de Seguridad, Federica Mogherini, el pasado día 14, parece conveniente acelerarlo lo máximo posible.
Para disponer de autonomía estratégica, es preciso tener un sistema de seguridad y defensa propio y eficiente. Ya es hora de que Europa sea capaz de gestionar su defensa de forma autónoma, sin depender de actores con valores e intereses que, en no pocass ocasiones, no coinciden con los de los europeos.
No hay duda de que en este sistema de seguridad y defensa, la OTAN tendrá un papel fundamental. Pero la participación de los países europeos en la Alianza debe ser más profunda y generosa. Por un lado, en la aportación del 2% de su PIB al gasto de defensa como se declaró en la Cumbre de Gales, y por otro, con una mayor flexibilidad en la asignación de tropas a misiones de la Alanza.
Con independencia de la prevista suspensión de la propuesta de tratado de libre comercio entre Europa y Estados Unidos, denominado Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, sus iniciales en inglés) el vínculo transatlántico en el campo de seguridad y defensa - tal como ha funcionado hasta ahora - está abocado a desaparecer en un tiempo no muy largo.
No hay mal que por bien no venga. Esta es la ocasión para que los líderes europeos diseñen y pongan en marcha, con rigurosidad, solidez y credibilidad, lo que debe ser el sistema de seguridad y defensa europeo. Hay que resucitar el espíritu y la convicción de los grandes líderes que lideraron Europa inmediatamente después de acabada la IIGM. En otro caso, la Unión Europea tendrá grandes problemas de viabilidad en este primer cuarto del siglo XXI.
Madrid, 16 de noviembre de 2016