Mientras… sigan ustedes votando, pagando sus impuestos y soñando con una justicia independiente. El soñar es gratis –de momento, que todo se andará…-.
Me asquea la política y raramente opino al respecto. Pero si hago caso a un amigo que la define como “el arte de llevarse el dinero del pueblo”, permítanme por un vez, ya que ellos me están esquilmando, que me despache con algunas reflexiones sobre este misterio insondable - casi trinitario diría- del reparto de poderes.
Se afana inútilmente Albert Rivera en propugnar que la elección de los Magistrados del Tribunal Constitucional no sea hecha por los partidos políticos. Le aplaudo la idea –que al igual que la de que (demasiados “qués” que no sé en qué van a quedar) los órganos que regulan el funcionamiento de la Justicia (el CGPJ) sean elegidos por los propios jueces sin intervención de partido ninguno- es maravillosa. Y lo sigue siendo incluso con el peligro de endogamia y de corporativismo que las castas, cuerdas, clanes y familias de pumpidos y otras hierbas puedan representar.
Es maravillosa pero utópica, porque el poder no admite fragmentaciones, tiende a ser –simplemente por concepto- absoluto. Si Albert tuviera mayoría o al menos gobernase algo que le permitiera salir en los digitales -ya no digo papeles pues al paso que vamos y no tardando, hasta las sentencias perderán su color “marrón” de los pliegos de antaño y nos las pasarán por whatsapp- seguramente sus afanes serían otros.
Cambiar la Ley Orgánica que permite esta monstruosidad es harto difícil. Ya nos lo dijo Alfonso Guerra años atrás “Montesquieu ha muerto”. Y esto es porque la “dictadura de la democracia” no admite reparto de poderes: el pueblo nos ha elegido luego nosotros legislamos, nosotros ejecutamos esas leyes y nosotros mismos arbitramos sobre las desviaciones que se hayan podido producir. Es así de sencillo.
El pensar que unos privilegiados elegidos “low level” por el populacho puedan encargar la gestión y ejecución de sus leyes a especialistas –aunque no sean de la peña- y que después haya árbitros independientes que puedan enseñar tarjeta amarilla o roja al que no cumpla, solo ocurre en “Peppa Pig”.
Mientras…sigan ustedes votando, pagando sus impuestos y soñando con una justicia independiente. El soñar es gratis –de momento, que todo se andará…-.
Si hay algo claro por encima de los tópicos de “universal” “independiente”, “gratuita”, etc., la Justicia es “aleatoria”. Depende de quién te toque. Un Juez es un ser humano y, aunque no esté politizado ni corrompido –estoy convencido de que son pocos- tiene su corazoncito y ya se encargará el tribunal de turno, en el teatrillo procesal, de buscar la jurisprudencia adecuada para que la balanza se incline donde corresponda. Y como es aleatoria, ya saben: al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.