Este Obispo de Astorga vivió a caballo entre los siglos lV y V. Desde sus primeros años fue adoctrinado por su padre, Sinfosio, Obispo de Gallaecia (que entonces abarcaba gran parte de la actual provincia de León) en las creencias priscilianistas y que le ordenó presbítero.
El priscilianismo, centrado fundamentalmente en esta región, correspondía a las creencias dualistas gnósticas y maniqueas, que preconizaban la existencia de dos reinos igualmente fuertes y antagónicos: el del Bien y el del Mal. Así mismo, entre otros varios errores, establecía que la salvación del hombre dependía de su capacidad para liberarse de la materia. Al representante más caracterizado de esta doctrina, al ser condenado por un tribunal civil por el delito de magia, el emperador Máximo le mandó ejecutar a espada. Por su parte, el futuro san Dictino o Dictinio y su padre Sinfosio, que habían sido convertidos por san Ambrosio, Obispo de Milán, abrazaron el catolicismo el año 400, en el que se reunió el l Concilio de Toledo y en el que padre e hijo fueron restituidos a su dignidad episcopal.
Si bien las noticias en aquél entonces no se difundían como ahora, Dictino hubo de vivir la coronación de Teodosio como emperador y que el cristianismo se convirtiera en la religión del Imperio, pero también tuvo que vivir, con dolor, la conversión de los visigodos y de otros pueblos germánicos al Arrianismo. Fue noticia para toda la Iglesia el l Concilio de Constantinopla, el segundo de los Ecuménicos, y la importancia que tuvo para todo el mundo conocido la entronización como emperadores de Arcadio y Honorio y la división del imperio en Occidente y Oriente. Es fácil imaginar el sentimiento que le produjo la muerte de san Ambrosio, el año 397.
Ya en el siglo V, la conmoción que supuso que en el año 406 los bárbaros cruzaran el Rhin e invadieran las Galias; y en el ámbito eclesial, la muerte de san Jerónimo, relacionado con los principios del monacato y traductor de la que se convertiría en versión oficial del Antiguo y del Nuevo Testamento: la Biblia, conocida como la Vulgata. Es posible que se enterara del fallecimiento de san Agustín, Obispo de Hipona, porque, entre otros logros, se enfrentó a Pelagio en la única herejía importante nacida en Occidente y que le mereció el título de Doctor de la Gracia. Y si como sostienen algunos autores, Dictino vivía el año 431, debió de rezar mucho para que el Concilio de Éfeso, el tercero de lo Ecuménicos, declarara, como así lo hizo, la Maternidad divina de María y la consiguiente condena de lo que sostenía Nestorio.
Con relación a los papas, que gobernaron la Iglesia durante su vida, pudo agradarle que el primer papa que conoció y que fue santo, san Dámaso l (366-384), naciera de padres españoles y que se enfrentara con gran energía, sobre todo, contra el arrianismo, pero también contra el priscilianismo surgido en España. Su sucesor, san Siricio, fue el que adoptó, con carácter definitivo, el título de Papa y a su fallecimiento, el año 399, dejó al mundo y a la Iglesia, el papado. San Anastasio l reinó sólo tres años y le sucedió, el año 402, el papa, sin duda, más importante del siglo V, san Inocencio l, que enfrentó y encauzó, con acierto, la aparentemente irresoluble cuestión del Iglesia en un imperio romano que iba a desaparecer y el dominio, en su lugar, de los pueblos bárbaros. Pero este gran papa tuvo como continuador a san Zósimo, hombre buenísimo, pero de cortos alcances, que, afortunadamente, sólo desbarató en parte la obra de san Inocencio l. San Bonifacio l, que tantas y tan amargas dificultades tuvo para su elección como papa, reparó los errores de san Zósimo y a su muerte, el año 422, el papado había recobrado su autoridad y prestigio. El último papa en la vida de Dictino fue san Celestino, que prosiguió, con evidente acierto, la consolidación de la institución del papado.
En España, el futuro san Dictino, padeció la invasión, el pillaje, muerte y destrucción de suevos, vándalos y alanos, correspondiéndoles a los suevos, hartos de tanta carnicería, el enorme territorio que entonces abarcaba Galicia y la prometedora figura de Ataúlfo que, aunque sólo dominaba parte de la Tarraconense, intentó forjar la unión de toda la Península y la convivencia con los romanos, dado que estaba casado con Gala Placidia, la hija del emperador Teodosio. No pudo cumplirse su ideal, porque fue asesinado por un sicario de Sigerico, que se constituyó en su sucesor.
En este convulso marco histórico, desde que abrazó el cristianismo y rechazó sus escritos, Dictino, dio tal ejemplo de virtud, dirigió con tanto acierto la diócesis de Astorga y, sobre todo, mostró un amor a los pobres, que ya en vida se le consideró santo, por lo que a su muerte se inició su culto. De la santidad de Dictino se hizo eco, a mediados del siglo V, el papa León l el Magno, si bien, con motivo de la reforma litúrgica de 1969, dejó de figurar en el Santoral, como tantos otros santos que no fueron canonizados “oficialmente”.
Posiblemente el monasterio (desgraciadamente desaparecido) más antiguo de Astorga, ciudad de monasterios, que llevó su nombre, lo fundó y ayudó a construir con sus manos san Dictino; aún hoy día existe, dentro de la barriada de San Andrés, la vía dedicada a san Dictino, que en realidad no es una sola calle, pues a la derecha de la misma, existe una mínima callecita como travesía de San Dictino (si el lector desea conocer el lugar exacto de esta calle, puede entrar en la siguiente dirección: http://astorga.callejero.net/calle-de-san-dictino.html).
Como se deduce de lo expuesto, la herencia principal de la vida de san Dictino es la autenticidad de su conversión y la consiguiente coherencia de su vida, con el ideal cristiano del amor a Dios y al hombre.
Pilar Riestra