Nota previa. Este ensayo es un breve anticipo de otro más extenso que vengo pergeñando desde hace algún tiempo, de aproximación a la filosofía política del siglo XX (y sus ramificaciones en lo que llevamos del XXI), iniciándose con la muy famosa obra de Friedrich Nietzsche y las menos conocidas de los pensadores elitistas “maquiavelistas” y del alemán Carl Schmitt, concluyendo finalmente con la del austro-británico Friedrich Hayek y la de los americanos Max Eastman y James Burnham. Debo subrayar que esta aproximación está hecha desde la perspectiva de la ciencia política, ya que no pertenezco al área de conocimiento de la filosofía académica.
Es una curiosa ironía del pensamiento político a partir del siglo XX que haya sido influido y condicionado, al principio y al final, más que por ideólogos o politólogos, por dos filósofos preocupados inicialmente por la Estética y la Cultura, como Nietzsche en la primera mitad del siglo (pese a su muerte en 1900), último período de la hegemonía cultural de la vieja Europa, y Burnham en la segunda mitad, coincidiendo con el ascenso al liderazgo político y cultural mundial de los Estados Unidos en el período de la Guerra Fría (véase M. Pastor, “James Burnham, 1905-1987: un liberal-conservador americano”, Floridablanca, Junio, 2015).
Más que la lucha de clases anunciada por Marx en la segunda mitad del siglo XIX, será la lucha por el poder –y la distinción entre el amigo y el enemigo- lo que caracterizará a las ideologías del siglo XX, tanto en las posiciones más revolucionarias (Lenin, Trotsky, Stalin, Mao) como en las convencionalmente definidas “contrarrevolucionarias” (Mussolini, Hitler). La influencia en estos últimos y otros dirigentes del fascismo de la filosofía de Nietzsche ha sido muy estudiada y discutida. Menos conocida es la que ejerció también en los líderes del comunismo ruso, ya que según nos ha recordado el gran historiador Richard Pipes, “Nietzsche was in high fashion” entre los intelectuales radicales de la época revolucionaria (The Russian Revolution, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1990, p. 193).
Ni idea de Nietzsche. Mi admirado Fernando Savater, autor del libro Idea de Nietzsche (2007), me disculpará la contundencia del título de este epígrafe, que no va dirigido contra él en particular, y que solo pretende cuestionar el conocimiento convencional que, por lo general, se tiene del pensamiento –y en especial del pensamiento político- de Nietzsche en España y gran parte de Europa. Baste como simple muestra, una hojeada a la bibliografía que recoge el propio Savater al final de su obra, que por lo reciente de su publicación haría pensar que conocía la literatura más o menos académica sobre el filósofo alemán de las últimas décadas. Naturalmente, el autor se cubre las espaldas advirtiendo que solo menciona las obras en castellano, lo cual no es muy riguroso en una edición con ciertas pretensiones formales -ya sabemos que el catedrático de la Universidad Complutense Savater se toma a broma lo académico- de un volumen de las “obras selectas” de un catedrático universitario de filosofía (colección Biblioteca de Fernando Savater –la BFS para la historia- de la editorial Ariel). Sin embargo no se menciona ninguno de los múltiples e importantes trabajos de Walter Kaufman, el principal responsable del cambio de perspectiva en los estudios sobre Nietzsche desde la Segunda Guerra Mundial, ni las numerosas y diversas interpretaciones de los teóricos posmodernos, en especial -aunque no exclusivamente- en lengua inglesa (Allison, Ansell-Pearson, Babich, Hayman, Séller, Hinton-Thomas, Hollingdale, Koelb, Kohler, Nehamas, Patton, Rosen, Schutte, Solomon & Higgins, Snack, Vattimo, Warren) ni las, a mi juicio, más rigurosas de los straussianos, como la del propio Leo Strauss, o las de Werner Dannenhauser, Thomas L. Pangle, Allan Bloom, Harvey Mansfield, Peter Berkowitz, Lawrence Lampert, etc.
Insisto en que no es un reproche personal, sino un síntoma. Incluso es patente la ignorancia –en España y en la Europa continental, incluida Alemania- de una obra esencial, aunque de divulgación, que inauguró la literatura nietzscheana en la cultura anglo-americana. Me refiero al libro del genial H. L. Mencken, The Philosophy of Friedrich Nietzsche (John W. Luce, Boston, 1907), antes incluso de que se editaran las obras completas en inglés del filósofo alemán (Oscar Levy, editor: The Complete Works of Friedrich Nietzsche , T. N. Foulis, Edinburg & London, 1910) y que es muy pertinente para iniciarse en su filosofía política (No soy un experto en Nietzsche, pero me gustaría que alguno de los filósofos profesionales en España me hubiera proporcionado una bibliografía selecta sobre él. Como no es el caso, al final ofrezco al lector una elaborada por mi mismo, especialmente pensada para una introducción su filosofía política).
Probablemente la causa de este lapsus la tenga, como en tantos otros temas, el excesivo afrancesamiento (en el momento de escribir esto acabo de asistir a un coloquio donde Fernando Savater proclamó, con el consiguiente regocijo de los asistentes, que él cuando muera no quiere ir al cielo sino a Francia) de nuestros intelectuales desde el siglo XVIII, particularmente a partir de la invasión (militar e ideológica) napoleónica, con la pasividad cómplice de los Borbones, como observaría agudamente Juan Valera en la segunda mitad del siglo XIX. Tal papanatismo ha llevado a algunos a creer que lo que se piensa en Francia es suficiente para ser “modernos” o “posmodernos”. La reacción intelectual, en este caso germanófila, de la generación del 98 y de Ortega –abiertamente nihilista- a favor de Nietzsche tampoco implicó una valoración objetiva y crítica de su pensamiento (véase la obra de Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, Gredos, Madrid, 1967). Y en esa estamos todavía. Un relativismo axiológico que impregna hoy la práctica totalidad de los estudios filosóficos y de las ciencias sociales en España, con el dominio en éstas del paradigma weberiano y behaviorista, aunque a veces se disfrace de neopositivismo o neomarxismo (Enrique Tierno Galván, y los innumerables admiradores o plagiarios de Ludwig Wittgenstein, de Karl Popper, o de la Escuela de Frankfurt).
Por otra parte, es significativo que la obra más ambiciosa y exhaustiva de las últimas décadas en España sobre la historia de las ideas políticas, la de Fernando Vallespín (coordinador), Historia de la Teoría Política, 6 volúmenes (Alianza Editorial, Madrid, 1990-ss.), dedique un capítulo
sobre Nietzsche de Julián Sauquillo (asimismo hay que subrayar la inteligente sensibilidad del coordinador al incluir los capítulos sobre Max Weber de Joaquín Abellán, sobre Carl Schmitt de Germán Gómez Orfanel, y sobre Leo Strauss y Eric Voegelin del propio Vallespín), pese a las referencias y excesivo interés por las corrientes posmodernas en muchos de los colaboradores.
Sin duda, el escritor español que más páginas ha escrito y publicado sobre Nietzsche es Fernando Savater, lo cual hay que reconocérselo por su indudable mérito, aunque su última obra antes mencionada sea en gran medida una reelaboración de escritos suyos, a su vez reelaboraciones de otros anteriores: En favor de Nietzsche (con Eugenio Trías y otros autores, Taurus, Madrid, 1972), Conocer a Nietzsche y su obra (Dopesa, Barcelona, 1977 y 1978), Nietzsche (Barcanova, Barcelona, 1982), Así hablaba Nietzsche (Altera, Barcelona, 1996), Idea de Nietzsche (Ariel, Barcelona, 1995, 2003, y nueva edición ampliada 2007), y por tanto será el texto que citemos esencialmente. Asimismo es autor de otros ensayos sobre Schopenhauer, Cioran, Borges, la anarquía, el nihilismo y la libertad, en los que el pensamiento o el talante nietzscheanos están también presentes.
No oculto que en esta amable crítica a Savater tenga que ver algo personal -no exactamente celos, sino impaciencia- al observar la influencia o predicamento del popular filósofo en la escena pública española, y particularmente en algunos colegas míos de ciencias políticas (un delirante savateriano Alberto Reig, ante mi estupefacción, siempre recomendaba a nuestros estudiantes de introducción a la ciencia política algunos textos de Savater) y sobre todo en algunos amigos muy cercanos (Carlos Moya -el propio Savater se inició como profesor universitario en lo que él llamaba jocosamente “el Palmar de Moya”- , Carlos Cañeque y Enrique Montoya) fascinados o “mesmerizados” por sus ingeniosos malabarismos retóricos de intelectual juglar/bufón, como caracterizaba Ortega a Unamuno. Recordemos que el propio Nietzsche invitaba a ello a sus futuros émulos cuando en su obra autobiográfica Ecce Homo (1888) concluía: “Yo no quiero ser un santo, prefiero ser un bufón. Quizás solo sea un bufón…”
Un año más tarde perdía definitivamente la razón y los médicos le diagnosticaban locura, probablemente inducida por una avanzada sífilis que había contraído en un burdel de homosexuales en Nápoles.
Quizás el leiv motif del interés por el pensador alemán en amplios círculos europeos a partir de los años sesenta y setenta ha sido el glamour de la contra-cultura del 68 francés y una cierta frivolidad o pose de la izquierda divina -o un sector de la misma- desencantada del marxismo e interesada en epatar la burguesía. Espontáneamente, casi sin darme cuenta, he empleado expresiones francesas (leiv motif, glamour, 68 francés, pose, izquierda divina, epatar la burguesía) que revelan el origen cultural de este “redescubrimiento” de Nietzsche, y por otra parte no es enteramente casual que este afrancesamiento de las modas culturales en España, y en concreto del tema que nos ocupa, haya tenido un peso editorial más marcado en Barcelona, residencia de otro conocido o auto-publicitado “filósofo nietzscheano” (aunque, en mi opinión, de inferior calidad), Eugenio Trías. Por cierto, este autor más que Savater ilustra el giro radical, prácticamente de la noche a la mañana, de algunos intelectuales marxistas españoles (en su caso de un estructuralismo marxista hueco, al estilo francés de Althusser) hacia Nietzsche, lo que dice mucho sobre la seriedad de la profesión filosófica de algunos en España.
Hay un precedente muy conocido, analizado brillantemente por Ernst Nolte en un estudio pionero sobre Benito Mussolini (Marx und Nietzsche im Sozialismus des jungen Mussolini, 1960), que está en la base de lo que con sarcasmo no exento de profundidad -con los antecedentes en los años treinta de lo que denominaron respectivamente, “liberalfascismo” (ingenuamente, H. G. Wells) y, “socialfascismo” (perversamente, Stalin)- Jonah Goldberg ha definido como fascismo progresista (Liberal Fascism, 2007). El problema al parecer es de doble dirección, como ilustran los casos de Jean Paul Sartre en su evolución desde Nietzsche al marxismo, o el más patético caso de Jürgen Habermas, relatado por el gran historiador liberal-conservador Joachim Fest (Yo, No), en el que el famoso filósofo marxista quiso borrar un certificado de su pasado nazi (y pseudo-nietzscheano) por un procedimiento simple y expeditivo: tragándoselo. En cualquier caso, ni en Sartre ni en Habermas en su evolución final, respectivamente hacia el “materialismo dialéctico” y el “materialismo histórico”, desaparece totalmente el interés por Nietzsche, aunque conviene advertir al lector que puede perfectamente prescindir de los análisis de Habermas y de la mayoría de los filósofos posmodernos si quiere realmente entender el pensamiento político de Nietzsche.
Resumiendo sobre el estado de la cuestión, todavía nos encontramos en gran medida en ayunas (particularmente en España), es decir: ni idea de Nietzsche para una aproximación crítica a su filosofía política.
Filosofía y Política: ¿Nietzsche liberal o libertario? Nietzsche representa la reacción individualista radical a un siglo dominado por el colectivismo (socialista, sindicalista, anarquista, comunista o nacionalista) y el creciente estatismo, cuando la filosofía política liberal europea, con la excepción de un Tocqueville o un Acton, había claudicado a los cantos de sirena de la “Justicia Social”, como es el caso del liberalismo progresista de John Stuart Mill y del catolicismo liberal de Antonio Rosmini-Serbati.
Que Nietzsche en última instancia es un filósofo político lo comprendió muy bien nada menos que un Martin Heidegger, que le dedicó un estudio en 1961, Nietzsche, en varios volúmenes, reelaborando sus famosas lecciones en Freiburg de 1936-40, y cuyo primer volumen –cito la versión en inglés, traducida por David Farrell Krell y publicada por Harper & Row, New York, 1979, en 4 volúmenes- se titula precisamente The Will to Power as Art. Como afirma Heidegger casi al comienzo, “The Will to Power (…) the title of Nietzsche’s chief philosophical work (…) is the basic character of all beings” (…) “the main structure for which Zarathustra is but the vestibule” Y concluye terminantemente: “All Being is for Nietzsche a Becoming. Such Becoming, however, has the character of action and activity. But in its essence Will is Will to Power.” (pp. 3, 4, 7).
Heidegger reconoció también que Nietzsche era un metafísico, quizás “el último gran metafísico de Occidente”
Creo que Nietzsche es demasiado importante filosófica y políticamente para dejarlo solo en manos de los filósofos y políticos profesionales, pero con muy pocas excepciones -como Mencken, Heidegger, Strauss y los straussianos-, se nos ha escamoteado o manipulado su conocimiento y significado políticos. Su tesis sobre la voluntad de poder es clave para entender correctamente las ideologías colectivistas de los siglos XX y XXI: comunismo, fascismo, nazismo…y las múltiples formas del izquierdismo populista contemporáneo (“Yes, We Can”… “Sí, Podemos”).
Como catedrático de ciencia política en la universidad española desde hace más de tres décadas, creo que tengo suficiente experiencia si no autoridad para afirmar, sin reservas, que el noventa por ciento de lo que producen nuestros politólogos es irrelevante o plagio. Hace ya muchos años que no creo que la ciencia política sea ciencia, en el sentido convencional, sino ideología. Pero tampoco creo ya que sea posible hacer ciencia de la política. Como Leo Strauss, pienso que lo mejor a que se puede aspirar es a hacer buena filosofía política. Pero los filósofos profesionales en nuestro país tampoco nos ofrecen un buen ejemplo en esa área.
Para empezar, habría que hacer una recomendación a los señores filósofos profesionales: por favor, olvídense por un momento de sus partidos políticos, de sus cuentas corrientes o de los focos del plató y pónganse a filosofar en serio, o al menos estén al tanto de la literatura filosófica publicada y pónganse al día. Para remediar sus patéticas ideas sobre Nietzsche, les voy a ofrecer una idea sencilla y práctica. Lean simplemente, para iniciarse con buen pié, el capítulo The Nietzscheanization of the Left or Viceversa, de la obra del filósofo político y discípulo de Leo Strauss, el ya desaparecido Allan Bloom, The Closing of the American Mind (Simon & Schuster, New York, 1987). Me parece que, a causa de la alergia anti-americana usual (y no digamos la paranoia anti-neocon) en los medios intelectuales españoles, muy pocos han leído este importante libro en nuestro país. A propósito: un muestra a mi juicio muy significativa de la patética situación de la filosofía política en España, reflejo de la mencionada aversión anti-americana y anti-neoconservadora, es el voluminoso estudio bibliográfico (auténtico “who is who” o “state of art” de la filosofía política hoy) sobre Leo Strauss (John A. Murley, ed. Leo Strauss and His Legacy: A Bibliography, Lanham, Maryland, 2005), probablemente uno de los filósofos políticos más influyente de la segunda mitad del siglo XX y máximo responsable después de Heiddeger de replantear críticamente la “cuestión Nietzsche”, y donde, a diferencia de los demás países de nuestro entorno, apenas aparecen autores españoles. Claro que siempre es más cómodo esquivar los problemas y el esfuerzo de pensar, practicando la filosofía lúdica, “el goce afirmativo y la afirmación del goce”, integrándose –eso sí- en el rebaño internacional progresista con sus diversas variantes o ramificaciones nacionales en la marcha triunfal hacia la nada, repitiendo el mantra del último “zaratustra” o superman de supermercado: “Yes, We Can”.
En el caso de Savater, hay que reconocerle su mérito inmenso e innegable en el empeño por divulgar la obra del filósofo alemán y suscitar el interés en su pensamiento más profundo y auténtico, agradeciéndole las iluminaciones de los “misterios” gozosos de Nietzsche, pero respecto a los dolorosos (e incluso algún que otro –filosóficamente hablando- glorioso) todavía seguimos in albis.
Para empezar, hay que revisar los datos biográficos sobre el filósofo alemán, corrigiéndolos y actualizándolos, evitando seguir prisioneros de la corrección política. Por ejemplo, ¿qué quiere decir Savater cuando escribe que era “un hombre lúcido y sensible maltratado por las condiciones sociosexuales de la época” (p. 14)? ¿Trata de insinuarnos que era gay? ¿Por qué no lo dice claramente un autor sin complejos como él, en 2007? Y una vez admitido que lo era, ¿por qué no se cuenta toda la verdad, incluida la más que plausible causa de su prematura demencia y muerte?
Nietzsche fue, a su pesar, un gran filósofo político pero aborreció el partidismo político, en la misma tradición que un Goethe o un Voltaire, y a diferencia de otros filósofos posteriores “nietzscheanos” como Heidegger o Sartre (o sus innumerables seguidores e imitadores, modernos y posmodernos), hubiera evitado el “compromiso” ideológico con un partido o movimiento político, con mayor razón si era de corte totalitario. La conexión de Nietzsche con el fascismo/nazismo es un tema recurrente, estudiado rigurosamente por Ernst Nolte y Marius Nocholas, pero afirmar la responsabilidad del filósofo alemán con la barbarie totalitaria es un disparate, como han mostrado a mi juicio suficientemente Jacob Golomb y Robert S. Wintrich en su obra colectiva, con valiosos colaboradores.
Alan Ebenstein postula sutilmente que el pensamiento de Nietzsche ante el fenómeno de la voluntad de poder no es liberal ni conservador, sino “maquiavelista” (William Ebenstein & Alan Ebenstein, Great Political Thinkers, Orlando, FL, 2000, p.693). Lo que explicaría su influencia en los teóricos de las élites “maquiavelistas” –según la acepción de James Burnham- y asimismo en el pensamiento político de Max Weber y Carl Schmitt.
Su fondo anti-estatista y anti-colectivista (anti-nacionalista y anti-socialista) le aproxima a una especie de libertarismo conservador (expresión acuñada por Max Eastman). Despreciaba el anti-semitismo y soñaba con una Europa supranacional. Persiste sin embargo la cuestión planteada por Leo Strauss, Werner Dannhauser y Lawrence Lampert de la responsabilidad del filósofo alemán en la génesis de un ateísmo conservador, del relativismo y nihilismo contemporáneos: ¿descriptivos o prescriptivos? Y relacionado con ello, otro tema que merece también un estudio es la influencia recurrente de Nietzsche y su lectura indigesta por sucesivas generaciones de jóvenes universitarios, de derechas y de izquierdas, fascinados por interpretaciones triviales, equívocas o falsas, sobre la “muerte de Dios”, el “eterno retorno”, y el “superhombre”.
Ensayo de una brevísima bibliografía selecta. Es curioso que uno de los primeros libros publicados en todo el mundo sobre Nietzsche sea precisamente el de un español, Eduardo Sanz y Escartín (1855- ?), miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulado Friedrich Nietzsche y el anarquismo intelectual, Imprenta de los Hijos de J. A. García, Madrid, 1898, citado ya por Maximilian A. Mugge en su biografía Friedrich Nietzsche (1911) y en su librito de divulgación con el mismo título (1912). Asimismo son destacables dos tempranos ensayos publicados en España por Joan Maragall (“Federico Nietzsche”,1893 y 1900, recogidos en el volumen de sus escritos, Vida escrita, Aguilar, Madid, 1959), y ya en tiempos posteriores, por supuesto, Gonzalo Sobejano con su excelente estudio Nietzsche en España (1967). Otro “español transterrado”, el sefardita Benjamín De Casseres (De Cáceres), de nacionalidad estadounidense y residente en New York –amigo personal del gran H. L. Mencken- es autor de al menos dos libros de divulgación sobre el filósofo alemán, Superman in America (1929), y I dance with Nietzsche (1936), y otro sobre dos notorios nietzscheanos en lengua inglesa en los inicios del siglo XX, Mencken y Shaw (1930).
Efectivamente, G. B. Shaw había publicado personalmente su drama de ideas, Man and Superman (London: G. B. Shaw, 1903), como una implausible síntesis de fabianismo y Nietzsche. Por su parte, H. L. Mencken da a la luz su importante libro The Philosophy of Friedrich Nietzsche (primera edición: Boston: John W. Luce, 1907 y London: Fisher Union, 1908; segunda edición: Boston: John W. Luce, 1913; reedición: Port Washington, NY: Kennikat Press, 1967). Importantes, asimismo, son las introducciones de Mencken a la segunda edición de 1913, y a la obra, traducida por él mismo, de Nietzsche, The Antichrist (New York: A. A. Knopf, 1920).
La segunda de las obras antes citadas de Maximilian A. Mugge, publicada en 1912 (reedición: Port Washington, NY: Kennikat Press, 1970), que por cierto es la primera en la que se postulan dos interpretaciones de Nietzsche que harán fortuna posteriormente -Nietzsche como “filósofo-poeta” (p.7) y Nietzsche como “pionero de la Eugenesia” (p.8), la última claramente una interpretación polémica susceptible de ser manipulada más tarde por algunos ideólogos nazis-, contiene una breve bibliografía de los autores más significativos que habían abordado el tema Nietzsche hasta la fecha: en alemán, E. Foerster (3 vols., 1895-1904), R. Richter (1903), R. M. Meyer (1913); en español, E. Sanz y Escartin (1898), en italiano, E. G. Zoccoli (1901); en francés, E. Faguet (1904); y en inglés, T. Common (1901), G. N. Dolson (1901), A. R. Orage (1906, 1907); O. Levy (1906, y 8 vols., 1909-1913), H. L. Mencken (1908), J. M. Kennedy (1909), A. M. Ludovici (1909, 1910, 1911), D. Halévy (1911), M. A. Mugge (1911), G. Chatterton-Hill (1912), E. Foerster-Nietzsche (1912), y H. Lichtenberger (1912).
Mugge no cita uno de los primeros libros sobre el filósofo en cuestión, el de Rudolf Steiner, Friedrich Nietzsche (1895), que además llegó a conocerlo personalmente en el otoño de 1896, quedando en el acto “mesmerizado” por él –en palabras de Carol Diethe (Historical Dictionary of Nietzscheanism, London: 1999, p. 202). Steiner había publicado previamente un ensayo titulado “Nietzscheanismus” (1892), y su obra principal se traducirá al inglés por Margaret Ingram deRis con un título sugestivo: Friedrich Nietzsche: Fighter for Freedom (Englewood, NJ: R. Stirner Pub., 1960), aunque el contenido puede decepcionar por la perspectiva del autor, representante de la escuela teosófica y, más tarde, fundador de la filosofía antroposófica e inspirador del sistema educativo de las escuelas Waldorf.
Antes de la importantísima y voluminosa obra de Heidegger, que condicionará todos los estudios posteriores, hay que destacar las obras de Karl Jaspers, Nietzsche (1936), Georges Bataille, Sur Nietzsche (1945), y junto a la obra pionera de Mencken, las de otros dos norteamericanos: la de William MacKintire Salter, Nietzsche The Thinker. A Study (1917; reedición: New York: Frederick K. Ungat Pub., 1968), un estudio serio, sistemático y extenso de biografía intelectual. En la introducción de Richard Gambino a la reedición de 1968, se encuentra una de las primeras referencias claras a la enfermedad de Nietzsche, la sífilis, como posible causa de su demencia y muerte (p. vii). Y las de Walter Kaufmann, Nietzsche: Philosopher, Psychologist, Antichrist (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1950), y Existentialism. From Dostoevsky to Sartre (1956; reedición ampliada en 1975), en la que Nietzsche ocupa una posición central e impregna el pensamiento de todos los autores posteriores.
Entre los libros publicados en las últimas décadas quiero destacar, un poco aleatoriamente, los siguientes: Alexander Nehamas, Nietzsche. Life as Literature (Harvard University Press, Cambridge, MA, 1985); Lawrence Lampert, Nietzsche´s Teaching (New Haven, CT, 1987); Tracy Strong, Friedrich Nietzsche and the Politics of Transfiguration (Berkeley, CA, 1988); Mark Warren, Nietzsche and Political Thought (Cambridge, 1988); Bruce Detwiler, Nietzsche and the Politics of Aristocratic Radicalism (Chicago, 1990); Peter Berkowitz, Nietzsche: The Ethics of an Immoralist (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1995); Lawrence Lampert, Leo Strauss and Nietzsche (Chicago, 1996); Bruce Ellis Benson, Pious Nietzsche. Decadence and Dionysian Faith (Indiana University Press, 2007); Jennifer Ratner-Rosenhagen, American Nietzsche. A History of An Icon and His Ideas (The University of Chicago Press, Chicago, 2012).
Y entre los escasos especialistas en España, aparte de Savater, merece una mención la profesora Remedios Ávila, autora principalmente de dos títulos: Nietzsche y la redención del azar (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Granada, Granada, 1986), e Identidad y Tragedia. Nietzsche y la fragmentación del sujeto (Editorial Crítica, Barcelona, 1999).