Manuel Pastor Martínez

Ciudadano Trump: ¿“Main Street” vs “Wall Street”?

14 Diciembre 2016

Manuel Pastor Martínez | Miércoles 14 de diciembre de 2016

“No man knows who he is… Nothing is more frightening than a centreless labyrinth.”

Jorge Luis Borges, “Citizen Kane” (originalmente en Sur, 1945, incluido en Ronald Gottesman, Ed., Focus on Citizen Kane, 1971).

Las palabras de Borges sobre el personaje Ciudadano Kane ilustran la perplejidad con que el mundo ha contemplado la ambigüedad en el espectro (laberinto) ideológico del candidato populista norteamericano...



Las palabras de Borges sobre el personaje Ciudadano Kane ilustran la perplejidad con que el mundo ha contemplado la ambigüedad en el espectro (laberinto) ideológico del candidato populista norteamericano. La victoria del magnate neoyorquino Donald Trump se me antoja, mutatis mutandis, una especie de revancha póstuma del Ciudadano Kane. Dos obras recientes sobre la obra maestra de Orson Welles (Patrick McGillian, Young Orson. The years of luck and genius and th path to Citizen Kane, HarperCollins, New York, 2015, y Harlan Lebo, Citizen Kane. A Filmmaker´s Journey, St. Martin´s Press, New York, 2016), inciden en la historia de un demagogo populista americano, multimillonario, cuyas contradicciones ideológicas y arrogante personalidad determinaron su fracaso político.

Donald Trump ha demostrado que con similares mimbres se puede conquistar la magistratura más poderosa del mundo. La suya es la historia épica de un héroe vulgar americano, como diría Borges, “no inteligente, pero genial”.

El populismo de Kane (personaje presuntamente inspirado en el magnate de la prensa amarilla William Randoph Hearst) está situado en una época histórica imprecisa de transición desde las formas clásicas insurgentes que caracterizaron al progresista William Jennings Bryan, hasta las formas modernas y conservadoras que representará el “New Nationalism” y el Bull Moose Party de Teddy Roosevelt. Un populismo que metafóricamente lo simbolizó la célebre y misteriosa palabra “Rosebud”, cuyo significado el espectador descubrirá al final de la película en la escena del trineo infantil arrojado al fuego. Invocación y evocación de la infancia perdida, de la nostalgia de un pasado y del amor maternal en una también perdida o imaginada América rural y bucólica del Viejo Oeste, donde precisamente está el origen de la inmensa fortuna de Kane. Orson Welles juega perversamente con una referencia irónica a la amante del magnate real, sabedor de que “Rosebud”, según señala Harlan Lebo, era “Hearst´s personal nickname for Marion Davies´genitalis” (ob. cit., p. 221). Como se ve, gracias al cine y la televisión, tanto las referencias vulgares a los genitales femeninos que aparecieron en la campaña de Trump, como las metafóricas del progre director de Citizen Kane, han quedado registradas für ewig.

En uno de mis últimos artículos sobre el triunfo de Trump y del Trumpismo (“El Tea Party, factor clave en la victoria de Donald Trump”, La Crítica, Noviembre 2016) concluía, con referencia al Partido Demócrata y a la candidatura de Trump, respectivamente: “¿El partido de Wall Street contra el partido de Main Street?” Kane adoptó la ambigua posición política de un populismo que sus críticos no eran capaces de definir (¿comunismo? ¿fascismo? ... el “laberinto sin centro” de Borges), reflejo del resentimiento de un niño arrancado del amado rural Oeste y forzado a establecerse en un odioso Wall Street del Este.

Trump, sin embargo, es un neoyorquino –concretamente de Brooklyn- que conscientemente ha asumido su rol simbólico de paladín de “Main Street” contra “Wall Street”. No la institución en sí, sino específicamente el Wall Street simbólico de la corrupción oligárquico-partitocrática del Establishment. Con su triunfo electoral el pasado 8 de Noviembre, de un solo golpe ha acabado con dos dinastías políticas (los Bush y los Clinton) y una administración (Obama) de dicho Establishment.

La dinastía Bush (senador Prescott Bush, presidente Bush Sr., presidente Bush Jr., y gobernador Jeb Bush) ha influido desde los años 1960s-1970s y reinado en el Partido Republicano desde el final de la presidencia de Ronald Reagan. La dinastía o, mejor, clan Clinton ha dominado el Partido Demócrata desde la derrota de Bush Sr. en 1992, con la excepción de la campaña de Obama en 2008, apoyado por el clan Kennedy hoy difunto.

Harvey Mansfield, prestigioso profesor y politólogo de la Universidad de Harvard, hace tiempo señaló que el Establishment político de los Estados Unidos había evolucionado en las últimas décadas y tenía un sistema bipartidista peculiar: un partido americano y típicamente liberal-conservador (el Republicano) y un partido “europeo” y típicamente social-demócrata (el Demócrata). Pues bien, el sistema hoy ha experimentado una novísima transformación hacia un partido populista Trumpista y dos descalabrados partidos del Establishment.

Una curiosa característica de los partidos americanos es que, cuando pierden la Casa Blanca, se quedan temporalmente sin liderazgo y sin estrategia efectiva hasta las siguientes elecciones. En el caso presente, con Trump como inquilino del poderoso inmueble, los partidos tradicionales están descabezados. Aunque la situación del Partido Demócrata es mucho peor, ya que no solo ha perdido la Presidencia sino también las dos cámaras del Congreso federal, y una mayoría de los gobiernos y de las legislaturas de los Estados.

Como ha certificado el gran analista electoral Michael Barone, el triunfo de Trump solo es un síntoma del colapso de la izquierda en el mundo (“The Collapse of the Political Left”, Townhall, December 9). En las últimas semanas he publicado mis artículos, “La izquierdas españolas, en las nubes” y “El fin del socialismo” (La Crítica, respectivamente, 28 de Octubre y 4 de Diciembre, 2016), que he visto confirmados con los de analistas tan diferentes ideológicamente como Felipe Sahagún, “El declive de la socialdemocracia” (El Mundo, 3 de Octubre), o el de Enrique Serbeto, “El socialismo europeo se hunde” (ABC, 11 de Diciembre, 2016). El político y analista republicano conservador Pat Buchanan, veterano de las administraciones de Nixon y Reagan, se pregunta si ya ha comenzado la “Revolución Trumpista” (“Has the Trumpian Revolution Begun?”, Townhall, December 9, 2016).

Una respuesta plausibe la había ya dado una semana antes Stephen Moore, experto en asuntos económicos que trabajó en el equipo de Ronald Reagan, y en años recientes ha sido analista para The Wall Street Journal, antes de trabajar como asesor económico de Trump. Afirma que “El GOP (Partido Republicano) es ahora oficialmente el Partido de Trump para la clase trabajadora (…) y para bien o mal el estandarte ha pasado oficialmente de la era Reagan a la nueva era Trump (…) Así como Reagan convirtió al GOP en un partido conservador, con su victoria este año Trump ha convertido al GOP en un partido populista, el Partido América Primero (…) Este es un nuevo Partido Republicano, y una nueva era política ha comenzado” ( “Welcome to the Party of Trump”, National Review, December 1, 2016).

Ya me empieza a resultar tedioso tratar de refutar los comentarios absurdos, que continúan después de la elecciones, de los analistas españoles (casi la totalidad, a izquierda y a derecha), por su escandalosa ignorancia sobre los Estados Unidos que retroalimenta su anti-americanismo congénito, por su fascinación ideológica con Obama (uno de los peores presidentes de la historia), y ahora por su histerismo patético ante el éxito de Trump.

Me sorprende que incluso analistas liberales como Federico Jiménez Losantos, Carlos Alberto Montaner, Juan Ramón Rallo y Eduardo Fernández Luiña, entre otros, tengan tanta dificultad en diferenciar el populismo izquierdista del populismo derechista. Deberían, al menos, reconocer que Trump representa algo muy diferente a la cultura política europea o latinoamericana: otra tradición populista del “excepcionalismo americano”, liberal-conservadora, constitucionalista, anti-élites y anti-partitocrática, que va desde el Nuevo Nacionalismo de Teddy Roosevelt a principios del siglo XX hasta el reciente movimiento del Tea Party. Y asimismo comprender que algunos “populismos” derechistas en Europa, como el UKIP y el “Brexit” británicos, el holandés PVV de Geert Wilders, o el alemán AfD de Frauke Petry, no son neofascistas sino que beben ideológicamente de las doctrinas de Friedrich Hayek y de las políticas de Margaret Thatcher, otrora tan admirados por los analistas de Libertad Digital y del Instituto Juan de Mariana.

En la película Citizen Kane hay una secuencia en la que en una primera escena un banquero de Wall Street califica a Kane como “Nothing more o less than a Communist”, seguida de otra en la que un agitador radical en un mítin lo llama “A Fascist”. Finalmente aparece Kane declarando con orgullo: “I´am an American !” El hoy entusiasta trumpista Pat Buchanan, como candidato presidencial independiente en 1996 predijo que la controversia ideológica esencial en el futuro iba a ser Nacionalismo vs Globalismo (o en otra fórmula propagandística: “Main Street” vs “Wall Street”). Ese nacionalismo o patriotismo americano combinado con un moderado proteccionismo anti-globalización es el que encarna hoy el Ciudadano Trump.