El discurso de Putin del pasado 21 de septiembre refleja claramente una posición de debilidad después de la retirada de las fuerzas militares rusas desplegadas en la mayor parte de la provincia ucraniana de Jarkov y de la parte occidental de la provincia de Jersón; de la falta de apoyos internacionales, especialmente de China y de India; así como del negativo y frustrante impacto que está produciendo en algunos sectores de la población rusa el fracaso de su operación militar especial en territorio ucraniano. (…)
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Quiero destacar tres errores estratégicos notables que aparecen en este discurso. En primer lugar, la movilización que ha producido unas protestas internas con casos de violencia contra la población por parte de las fuerzas de seguridad rusas junto a más 500.000 personas que han huido al extranjero; en segundo lugar, los falsos referendos que han sido rechazados por la comunidad mundial; y en tercer lugar, la condena plena de la comunidad internacional a la amenaza del empleo del arma nuclear.
A estos errores se añade la orden ejecutiva dirigida a los empresarios de la industria de defensa de ser directamente responsables de alcanzar el objetivo de aumentar la producción de armas y equipamiento militar, así como de usar instalaciones de fabricación adicionales para este propósito. No cabe duda de que es un indicio significativo de que Rusia necesita más y mejor armamento para hacer frente a las demandas de la guerra.
A esta guerra la denomino conscientemente “la guerra de Putin” porque en su pensamiento siempre ha tenido como referencia, aparte de la Santa Rusia, el deseo de recuperar el viejo imperio ruso y de dominar los países que forman parte del extranjero cercano como esfera de influencia rusa, entre los que se encuentra Ucrania que, en su opinión, no existe como nación. Lo último que esperaba Putin era que el ejército ucraniano tuviera la capacidad de actuar en el ámbito operacional tan eficazmente frente a un ejército ruso sorprendentemente bloqueado en el nivel operacional de la guerra.
Lo último que ha hecho Putin estos días ha sido el anuncio de una nueva amenaza nuclear mediante la activación del submarino nuclear “K-329 Belgorod” –recuerde el lector el anuncio de alerta de las fuerzas nucleares rusas a los dos días de iniciar la ofensiva o el lanzamiento del potente misil nuclear SARMAT el pasado mes de abril–. Es una nueva forma de disuasión dirigida a aterrorizar lo máximo posible a la población occidental con la intención de dividirla en su rechazo y defensa frente al cruel y letal ataque ruso al pueblo ucraniano.
Lo cierto es que las actuales fuerzas militares rusas se hallan en un estado verdaderamente crítico. Desde el inicio de la invasión el pasado 24 de febrero, han ido perdiendo paulatinamente poder ofensivo y capacidad operativa que les permitiera realizar operaciones potentes y resolutivas, bien estructuradas, con claros objetivos militares y un despliegue en el nivel operacional sólido y coherente. En concreto, al ejército ruso le ha faltado un mando competente, una inteligencia eficiente, un despliegue operacional creíble, una logística sostenible junto a una clara voluntad de vencer, libertad de acción y capacidad de ejecución indispensables en cualquier tipo de guerra.
Lo que resulta muy llamativo en esta guerra es la propia actuación de los mandos de las Fuerzas Armadas rusas. Me refiero al total silencio de las autoridades militares, apareciendo únicamente cuando hay relevos de mando como el reciente nombramiento del General Serguei Surovikin como nuevo comandante de las fuerzas rusas en Ucrania. El caso del General de Ejército Valery Gerasimov, Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia y fundador de la actual doctrina militar rusa, es extraño que apenas se le haya nombrado en esta guerra.
Por otra parte, la explosión en el puente de Kerch, del pasado sábado, ruta logística principal para las fuerzas rusas desplegadas en Crimea y en las provincias de Jarsón y Zaporiya junto a la reconquista de Limán por parte de las fuerzas ucranianas, nudo ferroviario crítico por donde circulaba el indispensable apoyo logístico ruso a sus campañas militares en Donbás, supone un grave revés para la estrategia militar de Rusia en su invasión a Ucrania. La brutal respuesta de Putin a la explosión en el puente de Kerch con el lanzamiento de más de 80 misiles sobre varias ciudades ucranianas demuestra la crueldad y la desesperación en que se encuentra el líder ruso.
Una de las claves relevantes en estos momentos es que Ucrania ya lleva la iniciativa de la guerra hace más de un mes y continúa con ella. Ya no hay guerra de desgaste, se está llevando a cabo una guerra de movimiento materializada en un despliegue operacional junto con unos combates ágiles y rápidos que consiguen una recuperación relativamente rápida del terreno que había sido ocupado por las fuerzas rusas.
En el momento actual, y desde el punto de vista político-estratégico, se considera que Ucrania debe continuar con la contraofensiva que lleva a cabo, fundamentalmente, por tres razones. La primera, porque seguiría incrementando la identidad nacional ucraniana y su fortaleza moral. La segunda, porque en estos momentos Rusia se encuentra muy vulnerable en el campo militar –ahora no puede hacer frente a la contraofensiva ucraniana– a lo que se añade que las fuerzas reservistas que se movilicen no estarán preparadas y desplegadas para combatir eficientemente de un mes, como mínimo.
Por último, porque la reciente victoria de las fuerzas ucranianas en Limán, Zolota o Dudchany con apenas resistencia de las fuerzas rusas ocupantes, ocurrida pocos días antes de que Putin firmaba la ley de anexión de las cuatro provincias ucranianas, el pasado día 5 de octubre, indica que Rusia está asumiendo implícita y explícitamente la recuperación de los territorios ucranianos ocupados por la invasión rusa. En este sentido, se vislumbra un ambiente fúnebre en Moscú.
Es cierto que la amenaza nuclear nos recuerda la crisis de los misiles en Cuba en octubre del año 1962, hace 60 años, pero también es verdad que la situación actual es muy distinta. En aquellos años no había guerra entre los dos principales actores, Estados Unidos y la URSS ni estaban implicados en ningún conflicto armado que les afectara directamente. Se trataba de un pulso geopolítico entre dos superpotencias enfrentadas por el liderazgo mundial en el marco de una bipolaridad equilibrada. De hecho, ambos actores tenían bazas propias para la negociación. De un lado, los soviéticos retiraron sus misiles nucleares de Cuba, de otro, los estadounidenses retiraron sus misiles nucleares desplegados en Turquía.
Hoy, una de las partes, Rusia, está llevando a cabo una guerra de agresión contra otro país, en la que se encuentra aislada, en situación debilitada, muy condicionada por los inciertos resultados. La otra parte, Estados Unidos, está apoyando a dicho país agredido. Partiendo de la premisa de que en estos momentos el desarrollo de la guerra no es favorable para Rusia, hoy no se encuentran sujetos de negociación claros y equilibrados. Por ello, soy de la opinión de que, por ahora, es preciso encontrar otras iniciativas tanto en el marco de la diplomacia proactiva como en el campo del horizonte convencional.
En definitiva, y con independencia de que la amenaza nuclear se debe tener siempre presente, pero aún está lejos –creo que en el nivel nuclear los únicos interlocutores debieran ser Estados Unidos y Rusia, como las dos grandes potencias nucleares mundiales–, en este momento es la ocasión ideal para que continúe la contraofensiva convencional ucraniana, con el indispensable apoyo occidental, por las razones mencionadas anteriormente, al objeto de recuperar los territorios perdidos antes de que las fuerzas rusas se recuperen y puedan iniciar una nueva ofensiva.
Otros argumentos en favor de esta propuesta es que llega el invierno, retrasando o impidiendo las operaciones, no resultará fácil mantener permanentemente el apoyo y la unidad occidental, el teatro de operaciones ahora es ventajoso para las fuerzas ucranianas, el despliegue operacional ruso y su logística se halla en una situación muy vulnerable al mismo tiempo que se palpa la agonía del Kremlin impregnado de fuertes y profundas discrepancias entre halcones y palomas, incluidos algunos comentarios críticos hacia Putin, aparte de que alargar la guerra incomoda cada vez más a algunas potencias como China e India, otrora más cercanos a las tesis de Moscú.
Madrid, 10 de octubre de 2022